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OS COMUNICO QUE HE TENIDO PROBLEMAS AL INTENTAR PUBLICAR EN ESTE BLOG, Y HE CREADO OTRO NUEVO:
alestedelcanal.blogspot.com
OS ESPERO ALLÍ.
SIEMPRE AL ESTE DEL CANAL, ESO SÍ...
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Vengo de Noruega como tantas veces. Y como tantas veces me cuesta adaptarme a muchas cosas de las de aquí: basuras en los jardines, corrupción en cada noticiario. Y la televisión puesta en la no-sala de espera de la estación de tren, que habla de la comunión de la hija de un torero como si fuera una noticia importante: ese es mi primer contacto con mi país recién aterrizada desde el norte.
En Noruega están en proceso preelectoral, así que hay debates cada día: varios. No los presentan en la televisión como si fuera una excepción: allí al presidente del Gobierno no hay que pedirle un enorme favor de que quiera debatir ante el público, o sea, ante sus votantes. Allí es que el presidente del Gobierno y todos los demás políticos debaten, sin más. Cada día, sobre los temas importantes.
Sobre carreteras, sobre educación, sobre agricultura, sobre cultura, sobre todo.
Pude ver uno de los debates sobre Educación, el tema principal probablemente para un país. Sin educación, sin base, no vamos a ningún lado. Antes del debate, la televisión local, en hora punta por supuesto, emitió un documental sobre el sistema educativo en otros países escandinavos: Suecia y Finlandia concretamente.
No voy a contar todo, pero sí reflexionar sobre varios puntos que me parecieron interesantes para compartir con ustedes.
Los expertos. Los especialistas. O sea, los que saben.
Por todo eso, Finlandia es la primera de la lista.
Una HISTORIA MÍNIMA de JAVIER TOMEO es siempre una historia MÁXIMA.
Como soy un desastre en muchos sentidos, no encuentro la edición en castellano original. La he prestado a alguien, pero como nunca me apunto a quién dejo mis libros, pues no sé quién la tiene. Estará en buenas manos, seguro... En cualquier caso, tengo la versión en aragonés, traducida por Luis Hortas.
Voy a hacer una traducción de la traducción.
Dios y Tomeo me perdonen.
Pero es que quiero compartir con vosotros una de esas maravillosas historias que nos ha dejado Javier Tomeo. Como escribí el otro día, fue mi primer padrino. Él presentó mi primera novela cuando no me conocía nadie en ningún lado. Y nunca se lo pude ni se lo podré agradecer lo bastante.
Bueno, habéis tenido suerte. Me acaba de llamar mi amiga Susana, que, por supuesto, sí tiene el libro, y me lo ha dictado por teléfono. Así que vais a leer el texto de verdad, el que escribió nuestro querido y recién fallecido JAVIER TOMEO. El texto es una joya literaria, breve, esencial, tremendo.
El juego de la ficción y de la realidad en el estado más puro. Una escasa página para escribir tanto. Y de tanto.
De todo. Del todo.
Descanse en paz Javier Tomeo, al que le damos las gracias por tantas cosas.
Ahí va la HISTORIA MÍNIMA XXIV:
HISTORIA XXIV
Aldea y páramo. Sol de ocaso. Padre e hijo están sentados en la linde del camino que conduce al cementerio. Sobre la tierra húmeda, los gusanos avanzan gracias a las contracciones de una capa muscular subcutánea.
HIJO: Padre.
PADRE: Dime.
HIJO (Alargando el brazo y señalando el horizonte): Mira aquel molino.
PADRE: ¿Dónde ves tú un molino?
HIJO: Allí.
PADRE: Aquello no es un molino, hijo.
HIJO: ¿Qué es, entonces?
PADRE: Un gigante.
HIJO: ¿Un gigante?
PADRE: No hay duda. Fíjate bien. Ahora está quieto, oteando el paisaje. Pero dentro de un momento se pondrá a caminar y a cada zancada avanzará una legua.
HIJO (Tras un intervalo de silencio): Padre.
PADRE: Dime.
HIJO (Con voz compungida): Yo no veo que sea un gigante.
PADRE: Pues lo es.
HIJO: ¿Un gigante con puertas y ventanas? ¿Un gigante con tejas y aspas?
PADRE: Un gigante.
HIJO (Tras una pausa): Padre.
PADRE: Dime.
HIJO: Yo solo veo un molino.
PADRE: ¿Cómo? ¿Un molino?
HIJO: Sí, un molino. El mismo de siempre.
PADRE (Con voz grave): Tomás.
HIJO: ¿Qué?
PADRE (Volviendo lentamente la cabeza y mirando en derechura a los ojos del hijo): Me preocupas.
Silencio. Padre e hijo permanecen inmóviles sin cambiar ya más palabras. Llega por fin la noche y la luna se enciende.
La fascinación por las montañas. Desde lejos, desde su falda, dentro de ellas. Las montañas tienen algo de atávico, de necesidad de entrar en sus cuevas, de acercarte a sus ibones, a sus riscos. Algo así como volver al útero materno. La montaña, esa mole que parece un todo y está llena de agua, de animales, de flores, de hielo, de nieve. Se recorta en el cielo, que es diferente cada día, cada minuto. El sol muestra o esconde las caprichosas formas de la montaña.
Me gusta contemplar esta Peña Telera mientras escribo.
O mientras leo cosas diferentes: esa maravilla de relatos de Enrique Satué Oliván, que se titula Pirineo de Boj, por ejemplo, o las Elegías de Duino, de Rilke, o Perdido en Poesía, de Mauricio Wiesenthal, o El perro de terracota de Andrea Camilleri.
Cuatro lecturas bien diferentes. Como la luz de la montaña cada día.
La iglesia de Satué, en la ruta de El Serrablo. Una de esas viejas iglesitas mozárabes, o prerrománicas que van salpicando el paisaje del Pirineo oscense.
Una de mis flores predilectas se llama "No me olvides", y nace en minúsculos ramilletes. De un azul celeste, son diminutas. Miniaturas de flor.
Miniauturas de vida.
Esta es una de las cosas que pueden pasar cuando lees: que se cree una cascada de colores en ese mundo íntimo, mágico y personal que es la imaginación.
Y que es algo a lo que ese Gran Hermano que todo lo ve (por favor, la referencia es a la novela de Orwell, no a ningún programa televisivo, no confundir), nunca podrá acceder.
O al menos eso esperamos.
Estas fotos están tomadas en Zaragoza, en la Casa del Canal, centro de educación de adultos, en el parque Pignatelli de mi infancia y de mi última novela publicada.
Por ahí pasaba yo cada tarde, después del cole, para jugar en el parque. O para visitar a los antiguos compañeros de trabajo de mi madre, en la imprenta Octavio y Félez, el primer lugar donde olí la tinta. Y el papel. Un lugar mágico lleno de máquinas, de letras, de sonidos diferentes.
Un lugar donde siempre había alguien que me regalaba una libreta, viejos billetes de tranvía, o viejas entradas de cine, de miles de colores, como los de esas puertas de la fotografía.
Un lugar que ya no existe, como tantos otros que han desaparecido en Zaragoza, en el mundo entero. Un lugar mágico que se ha convertido en un garaje.
Ya no salen libros de allí, ni libretas para niñas pequeñas de ojos grandes. Ni montones de entradas de cine de todos los colores para que yo pudiera llevarme a casa todas las que quisiera y jugar con ellas.
Y escribir en ellas como si también fueran libretas.
Libretas de colores.
Desconozco el nombre del pintor de las puertas, pero me parece genial.
A partir del negro sobre blanco nacen todos los colores.
Acabo de escribir esto cuando me entero de que ha muerto JAVIER TOMEO. Algo se ha perdido dentro de mí, y de todos los que lo conocimos.
Nunca pude agradecerle lo suficiente que fuera él quien presentó en Zaragoza mi primer libro. JAVIER TOMEO fue mi primer padrino literario.
Descanse en paz, entre sus entrañables monstruos y entre todos los colores que nos regaló.
La foto es de un tilo en la Plaza de Aragón.
Me gusta cuando florecen los tilos en Zaragoza. En el Paseo de la Independencia. Normalmente, florecen durante la Feria del Libro. Este año hizo demasiado frío y vienen tardíos.
Tal vez por eso los disfrutamos más. Porque ya pensábamos que nunca florecerían los tilos de Zaragoza.
Ni los tilos ni nada.
Pero todo acaba floreciendo.
Aunque a veces parezca que no.
Pasear por Independencia y por la Plaza de Aragón, y respirar profundamente. El olor de los tilos se impregna en cada poro, en el pelo. Incluso en las sonrisas y en las miradas.
Sonreimos y miramos con perfume de tilo.
Os dejo aquí mi reseña de Siguiendo mi camino, el nuevo libro de MAURICIO WIESENTHAL, escrita por mí, y publicada el jueves 12 de junio en HERALDO DE ARAGÓN.
Siguiendo mi camino
Mauricio Wiesenthal
El Acantilado, marzo, 2013
Mauricio Wiesenthal (Barcelona, 1947) es un escritor diferente a cuantos pasean por el mundillo literario español. Huye de las modas y de lo políticamente correcto para crear literatura, que es lo que en primer lugar se le debe exigir a un escritor. Wiesenthal, con su nuevo libro, da un paseo por las canciones de su vida para hablar de su vida, de la de sus antepasados y de la historia europea del siglo XX. Esa vieja Europa que tanto ama, y a la que ve sumergirse como si fuera un navío torpedeado por la torpeza y la imbecilidad de sus habitantes y sus dirigentes. Desde el punto de vista del “sapiente por compasión”, el escritor escudriña la realidad materialista, capitalista, burguesa, y la contrapone a la necesidad de belleza, de justicia, de espiritualidad, entendida esta no como una falsa religiosidad, sino como una necesidad de armonía con el Absoluto.
Nunca como en estos tiempos malditos han hecho tanta falta los románticos. En estos momentos en los que se les considera antimodernos, y hasta reaccionarios, Wiesenthal vuelve al Romanticismo de verdad, el que vino del idealismo platónico, para recuperar la Verdad que tanto necesitamos. Nosotros y los jóvenes, motivo de preocupación para nuestro escritor porque les estamos dejando un mundo lleno de mentiras.
Caminamos con Wiesenthal de lo personal a lo universal a través de las canciones. Canciones que tuvieron que ver con momentos de su vida, que marcaron diferentes épocas y que marcan el devenir del hombre. Junto a la música, la necesidad del silencio, de la contemplación, frente al ruido informativo que nos circunda, y que limita nuestra capacidad de pensamiento, de reflexión, de crítica. La orquestación de la vida burguesa es ruidosa para no dejarnos momentos de silencio con nosotros mismos y con lo que nos rodea. “Si uno oye mucha música, acaba educando el oído. Y si uno ve mucha televisión o lee en una pantalla, acaba perdiendo la vista”, escribe.
Wiesenthal habla de la necesidad del arte en sí mismo. Y arremete contra ciertas líneas de progreso que provocan la destrucción de su propia esencia: “El secreto del arte es que transforma la materia más sencilla en objeto de culto. Y eso es lo que no pueden entender los que quieren divulgar la literatura en fotocopias…”.
Las reflexiones del escritor pasan de la vida a la música, y de la música a la vida. Y lo hace desde la experiencia de un hombre que ha vivido y cantado en mil lugares, y que ha conocido a personas de diferentes ámbitos por su cualidad de viajero, fotógrafo, escritor, políglota, hombre curioso. Por sus páginas se pasean lady Sarah Melbourne, su primera esposa, José María Pemán, escritor de la época franquista del que se nos muestran facetas desconocidas, la actriz Lola Membrives, Hemingway, Dominguín, la pequeña Nennolina, nieta de una mendiga en Roma. Desde las faldas del Himalaya hasta Gibraltar, pasando por Nueva York, Bogotá, París y las montañas suizas, Wiesenthal viaja con sus palabras hasta el fondo de nosotros mismos. De nuestra necesidad de belleza y estética. Y lo hace a través de canciones que alguien podría calificar de otros tiempos, y que muchos diríamos “universales” porque de temas universales tratan.
La prosa de Mauricio Wiesenthal es un torrente de sabiduría y de manejo del lenguaje. Es una invitación a la estética, a todo lo que nos penetra a través de los sentidos y que en estos tiempos olvidamos en aras de lo inexistente, de lo virtual, progresista solo aparentemente. Siguiendo mi camino es, además, un canto a la libertad, en un momento en el que todo está controlado por los ojos de un sistema que fiscaliza incluso nuestros sentimientos. Un libro en la línea de El libro de Réquiems, El esnobismo de las golondrinas, o Luz de vísperas, obras anteriores del autor.
Un soplo de ese aire que nos hace respirar, y que nos aleja de la literatura de ladrillo y que nos acerca a lo más íntimo de cada lector. Un soplo de aire que nos hace creer que todavía hay espacio para las grandes palabras.
Entendiendo por grandes palabras las que dicen Verdad.
Ahí estamos, presentando el libro de BEGOÑA ORO, CROQUETAS Y WASAPS, en Capitanía, en la Feria del Libro de Zaragoza. Una tarde de lluvia y frío, en la que fuimos arropadas por las mantas que había traído Begoña, (ya se sabe, chica previsora vale por dos), a manos de DAVID LOZANO.
Un libro espléndido, CROQUETAS Y WASAPS, que habla de mucho más que de croquetas. Un libro en el que las croquetas son símbolos de muchas cosas. Del amor, de la memoria... Un libro magníficamente escrito, lleno de neologismos, de una adjetivación rica y original, de metáforas...
Una creación del lenguaje, una fiesta de la palabra.
Para disfrutar. Para pensar. Para ser creadores con Begoña de una historia hermosa.
Una presentación diferente, en la que los tres vestimos delantal. Unos delantales preciosos, cortesía de la propia Begoña.
En esta foto estamos con Juan Bolea. Cuatro escritores en poco más de dos metros cuadrados. Una buena proporción.
Estas preciosas fotos son de José Garrido, que nos las hizo, las ha compartido en las redes, y nos las deja poner aquí. Mil gracias, José.
¿A que se nos ve contentos a todos?
Presentar un buen libro siempre es una fiesta.
Una celebración.
Un regalo.
Cosas que pasan en la Feria del Libro de Zaragoza el día en el que estás firmando en la caseta de Librería París:
Y hay más momentos de emoción, pero de los que no tengo fotos. Gracias a todos los que los hacéis posibles en la FERIA y cada día.
Desde el día 31 hasta el día 9, Feria del Libro de Zaragoza.
Habrá sorpresas...
El cartel de Álvaro Ortiz me gusta mucho.
Hoy, día 3 de junio, por la tarde firmo en la caseta de Librería París, delante de Capitanía.
Será a partir de las 18 horas.
Una va a la Feria del Libro de Fuenlabrada y se encuentra con esos autores a los que lleva años, muchos años, admirando y leyendo.
Y entonces una se siente una privilegiada, como tantas otras veces.
Porque hay encuentros maravillosos.
Y reencuentros que también lo son.
En esta foto estoy con Joan Manuel Gisbert, de quien leí y trabajé muchos libros ya en mis primeros años como profesora, por ejemplo, EL MISTERIO DE LA ISLA DE TOLKIEN.
Aquí estoy con Conchi, Miguel y María Jesús, esos fenomenales bibliotecarios que hacen posible la Feria de Fuenlabrada. Y también con Emilio Urberuaga, magnífico illustrador y Premio Nacional, Ana Campoy, y Javier Fonseca, jóvenes y espléndidos escritores.
Y aquí de nuevo con Javier Fonseca, con María Jesús, y con José María Merino, de quien todos hemos leido mucho y bueno, por ejemplo EL ORO DE LOS SUEÑOS. Y Ricardo Gómez, una de cuyas novelas es una de mis favoritas, sin lugar a dudas, MUJER MIRANDO AL MAR: una historia bellísima. Pero bellísima. Cada vez que lo veo le digo lo mucho que me gusta esa novela. Debe de pensar que soy una pesada.
Me da igual.
Gracias a Conchi, a Alicia, que es la que hizo las fotos, a Miguel, a María Jesús, por todo su trabajo para que esta Feria de Fuenlabrada sea lo que es.
Una va a Fuenlabrada, en la Comunidad de Madrid, y se encuentra lo que no se espera. Como ocurre en la vida, normalmente. Que nunca sabemos lo que nos vamos a encontrar.
En el IES LA SERNA, cuando entré al Salón de Actos, me encontré en medio de la Villa de los Misterios de Pompeya, que un profesor había pintado con sus alumnos, haciendo una recreación espectacular de la que es una de las obras maestras de la historia de la pintura. Di varias charlas en medio de faunos, dioses, bacantes..., en fin, una delicia inesperada. Rodeada de trabajos de los chicos, entre los que había grandes amantes de la música, incluso una cantante del coro del Teatro Real, lo que me dio una envidia... Enorme. Porque seguro, seguro, que un día Celia canta con Jonas Kaufmann en el mismo escenario. Y yo me alegraré mucho por ella.
En el colegio de LOS NARANJOS me encontré con pósters llenos de las portadas de mis novelas con comentarios de los alumnos. Las paredes de los pasillos estaban forradas con palabras suyas y mías. Y pasear por ellos era pasear por mis libros.
En el IES DIONISIO AGUADO me encontré en la selva africana, para ambientar EL MEDALLÓN PERDIDO. Máscaras que los chicos habían fabricado, árboles, lianas, peluches de animales selváticos, incluso un cocodrilo y un hipopótamo. Así es muy fácil hablar de medallones perdidos y de elefantes heridos en un río.
Así que una va a Fuenlabrada y se encuentra con un pasillo lleno de frases de libro, con la selva gabonesa, y con una villa pompeyana. Y todo gracias al trabajo de los estudiantes y de sus profesores. Que trabajan y trabajan y trabajan. Aunque siga habiendo gente que no reconozca su trabajo.
Porque en este mundo tiene que haber de todo.
En fin, una experiencia maravillosa mi visita a la Feria del Libro de Fuenlabrada, y que espero repetir...
Mil gracias.
Y otras mil.
Y mil más.
El espejo nos muestra una ficción, un reflejo de nosotros mismos. Nunca nos vemos nuestro propio rostro. ¿Lo habíais pensado alguna vez?
Cuando lo comento en mis charlas, a propósito del Carnaval en EL RETRATO DE CARLOTA, casi todo el mundo se sorprende, pero es así. Vemos una imagen, una ficción, de nosotros.
¿A que da vértigo pensar en ello?
Tal vez por eso me gusta hacer fotos de reflejos. Imágenes en las que apenas se distingue la realidad de la ficción.
Como en la vida. No solo en la literatura. Cervantes nos lo enseñó mejor que nadie. Y nadie nos enseñó EL QUIJOTE mejor que Aurora Egido, recién nombrada ACADÉMICA de la RAE: FELICIDADES de todo corazón.
En los jardines del Piquío, en Santander, una mañana de lluvia, la semana pasada, el 21 de mayo. El agua convierte la baldosa en espejo de columnas, de plantas, del propio mar, del cabo de Santander... Se camina sobre el reflejo, sobre la ficción, sobre la mentira, sobre la sombra en agua...
Un mes antes, la estación del Camp de Tarragona, antes de las 8,30 de la mañana, el reloj no miente. El suelo no está mojado. El sol entra a través de los ventanales, y convierte el suelo en un espejo perfecto. Todo es simetrico: los paneles informativos, la papelera, la oficina de las taquillas, las lámparas. El reloj, que da la hora al revés. El mundo al revés. Alicia en el país de las maravillas...
El reflejo, la imagen falsa, la ficción, la realidad. La mentira, la verdad.
La vida, la literatura.
La literatura, la vida.
El sueño, la ilusión...
Todo está en Cervantes y en Calderón.
Gracias, Aurora Egido, por haberme enseñado tantas cosas. Sin sus clases, yo no habría podido escribir todo lo que he escrito hasta ahora.
Esta foto es de ayer, en un rinconcito de Zaragoza en el que no corría el viento. Véanse nuestras cabelleras, nada desordenadas, a pesar del cierzo que había ayer en la ciudad.
Las chicas son las ganadoras del Concurso de Lectura en Pública, que organiza todos los años la DGA. Pertenecen a la categoría de 3º y 4º de ESO y se atrevieron nada menos que con fragmentos de RAYUELA, de Julio Cortázar. El texto obligatorio resultó ser de EL MEDALLÓN PERDIDO. Son alumnas del IES Santiago Hernández de Zaragoza. La profesora, Lola, a la derecha. Y yo, la segunda de la izquierda. Lo escribo por si alguien nos confunde con las alumnas...
Los chicos que posan para la foto que alguien hace en la escalinata, se clasificaron en 2º lugar en la categoría de 1º y 2º de ESO. Lo hicieron muy bien, y son del CP Zalfonada de Zaragoza. Los ganadores fueron los alumnos del CP La Estrella, también de la ciudad. En la modalidad de lectura en lengua inglesa, ganaron las alumnas del IES Miguel de Molinos, asimismo de Zaragoza.
Hacía años que no estaba en el jurado, y fue de nuevo una experiencia hermosa: una fiesta de la palabra, de la voz, de la dicción, del buen hacer, que llevan a cabo los profesores con sus alumnos en los centros de la comunidad.
El problema de estar en un jurado es el de elegir: el nivel era altísimo, de verdad, todos los participantes de la final fueron extraordinarios. Así que fue muy difícil decidir.
ENHORABUENA A TODOS LOS PARTICIPANTES.
A veces estoy cansada de tanto viajar, de tanto ir de acá para allá.
Pero casi siempre pienso que tengo uno de los trabajos más privilegiados del mundo.
Escribo, cuento historias.
Me encuentro con mis lectores.
Hablamos de los libros.
Me reencuentro con profesores maravillosos, año tras año.
Me reencuentro con comerciales de las editoriales, también maravillosos.
Y alguna vez, alguno de los lectores me hacen regalos extraodinarios, como relatos que recogen los "medallones perdidos" de cada uno de ellos, el otro día en el IES Pedro Laín Entralgo de Híjar (Teruel), o como estos dibujos que os enseño aquí y que me traje de Cantabria.
Son jóvenes artistas, muy jóvenes, que crean en su imaginación un mundo a través de las palabras que la hasta el otro día, desconocida escritora, creó en su casa, o en un tren, o quién sabe dónde.
Y no solo en su imaginación, luego lo recrean también en la cartulina, en el papel. Y yo me lo llevo a mi casa.
Me llevo a mi casa una parte del mundo que ellos han creado a partir de lo que yo creé.
¿No es maravilloso?
Gracias a estos artistas del IES Marqués de Santillana de Torrelavega, y del IES Villajunco de Santander por su arte. No he podido poner todos los dibujos porque el sistema no me ha dejado reducir algunos... Lo siento. Conste que los demás también eran estupendos.
Hubo un tiempo en que Eurovisión era en Blanco y Negro. Como casi todo.
En mi casa, en el año 1969 no había televisión en color. Como en casi todas.
Durante muchos años, pensamos que el vestido que lució Salomé era blanco, o gris claro, o beige. Era un diseño de Pertegaz, que debía de pesar un montón de kilos, pero que hacía un efecto divertido, de movimiento y ritmo. Como aquella canción que se titulaba "Vivo cantando".
Entonces la tele y la vida eran en blanco y negro.
Poco después llegó el color. Algunas televisiones tenían un añadido en la pantalla que simulaba el color. Me explico, se trataba de algo parecido a hojas finas de papel de celofán de colores. La emisión seguía siendo en blanco y negro y la recepción también, pero se creaba un efecto falso de color que nos tenía horas con los ojos clavados ante el aparato. Esto ocurría en casa de una de mis tías.
En mi casa no. Mi padre dijo que aquello era una gilipollez, y mi madre que era una tontería. Así que nunca tuvimos una tele de aquellas, de las que mi abuela decía que era "de querer y no poder". Y como en mi familia, a nadie le gustaba aparentar otra cosa que lo que éramos, pues nos quedamos con la Telefunken de caja marrón de toda la vida.
Pero todo cambió en el años 1974, cuando ABBA ganó el Festival de Eurovisión, com "Waterloo". Esa vez se emitió en color, y la mayoría de los españoles nos quedamos sin ver el colorido que se vislumbraba espectacular, de los vestidos de Agnetta y de Frida. En mi calle, solo había familia que tenía tele en color. En color de verdad, sin celefán. Al día siguiente, todo el mundo hablaba en la carnicería, en la pescadería, en la panadería, en el taller de coches de debajo de casa, de aquellos cuatro suecos que vestían de una manera tan extravagante, tan moderna y tan rara. Solo la mujer que había visto la retransmisión en color, solo ella, defendió la ropa de los escandinavos. "Llevaban unos trajes preciosos", dijo, y todos nos quedamos callados, mirándola absortos, a ella, a la privilegiada para la que la vida que había al otro lado de la ventana eléctrica, tenía color.
"La morena iba de amarillo y naranja. La rubia de azul. Unos trajes brillantes, con una caida la tela..."
Mi madre y yo nos miramos. Y los demás se miraron entre sí. Algo estaba cambiando a nuestro alrededor. Algo que traía color y frescura.
Pocos meses después, compramos la tele en color.
Y así unas cuantas teles más.
Anoche, como casi siempre, vi el Festival de Eurovisión.
Como casi siempre en los últimos años, color, mucho color. Luz, muchas luces. Voz, muchas voces. Ruido, mucho ruido.
Como siempre, no ganó ninguna de mis canciones favoritas, Italia, Islandia..., o sea, las que ofrecían palabra, voz, música, sin alharacas. Las que no necesitan juegos de artificio para poder ser escuchadas.
Me parece que el Festival de Eurovisión hoy en día, es un símbolo de lo que hay a nuestro alrededor, un ejemplo más del mundo en que vivimos.
Pantallas gigantes, o no, imágenes constantemente en movimiento, ausencia de silencios, estímulos constantes que no vienen ni de la palabras, ni de la música, ni del arte. Esas cosas que forman de verdad el espíritu, la mente, a la persona.
Parece que no queda sitio para el cantor, para el solitario que canta. Para la palabra que se dice que se escribe, que se lee, que se canta.
O sea, mucho ruido y pocas nueces.
Ya lo decía el gran William.
Shakespeare, claro.
BOIRA DE OTOÑO,
novela de Javier Casasús, editada por ECLIPSADOS.
La presentamos mañana Nacho Escuin, el autor y yo, en el IACC Pablo Serrano de Zaragoza, a las 19,30.
Una hermosa novela muy aragonesa, muy universal.
He disfrutado mucho leyéndola, y he aprendido muchas cosas que no sabía.
Y he recordado palabras aragonesas que apenas se usan ya: como "boira", que significa "niebla", "pozal", que es "cubo", o "festejar", que es algo así como tener novio o novia.
Y la verdad es que no sé si hoy en día se "festeja" o no.
Preguntaré.
En cualquier caso, es una palabra que me encanta.
Como la novela.
Estos dragones y algunos más me encontré en el IES JAUME I de Salou, en Tarragona, la víspera de Sant Jordi.
Los habían hecho los alumnos de primer ciclo de ESO.
Cuando era pequeña, Salou era el lugar de vacaciones de la gente de Zaragoza, cuando iban a la playa. Los más finos de mi barrio tenían apartamento. Nosotros no.
Y tampoco íbamos a Salou, sino a Cambrils, que era más barato, al menos entonces.
En aquel tiempo, no habría osado pensar que un día volvería a un lugar y a otro a dar charlas en institutos que aún no existían, sobre libros míos que tampoco existían ni siquiera en mi ya enorme imaginación.
Casi me ahogué en Cambrils hace muchos años. La colchoneta en la que íbamos mi madre, mi amiga Bianca y yo, volcó, y Bianca me tuvo que sacar agarrando mi traje de baño. De ahí debe de venir cierta hidrofobia que padezco.
Por eso uno de mis personajes, la Valeria de LA NOCHE MÁS OSCURA, también la padece...
Hablar de ella, y de ello, en Cambrils y en Salou fue bastante particular...
El mismo mar, muchos años después.
El mar, que a veces es como un dragón...
A veces me harto de reciclar todo lo reciclable: papel, envases, vidrio...
Cuando me harto, pienso que alguien se enriquece a costa de los que reciclamos. Se me quitan las ganas de reciclar, pero sigo haciéndolo.
Por aquello del planeta, la herencia a nuestros descendientes, etcétera y etcétera de lo políticamente correcto.
El otro día visité el instituto de Añover de Tajo, en la provincia de Toledo. En el vestíbulo, ya ven, recipientes para reciclar lo tradicional, pero también el papel de aluminio de los bocadillos. Eso que tanto contamina, y que utilizamos tan a gusto.
Me encantó la idea y le hice la foto.
Esto me ha quedado como aquello de "A don Juan Manuel le pareció bien y lo puso en este libro". Cito de memoria y modernizado.
Total...
Un día de la semana pasada me encontré con estas huellas en la entrada de un instituto, el Dionisio Aguado de Fuenlabrada: por cierto, que me acabo de enterar de que vuelvo a visitaros a final de mes (¡Bien!: nunca olvidaré lo callados que estuviesteis todos cuando no funcionó el micrófono y yo tenía poca voz, mil gracias)
Eran las huellas que llevaban al lugar donde iba a tener lugar mi charla. Las huellas tenían títulos de libros, míos y ajenos.
Las huellas. Los libros que dejan huella.
Los libros que nos acompañan en nuestro camino de la vida.
¡Ay de aquel al que no le acompañan libros!
A mí me han dejado huella muchos libros. Probablemente todos los que he leído.
Al menos los que he leído enteros. Antes me parecía un sacrilegio dejar un libro sin terminar. Ahora, no tanto. La vida es demasiado corta para leer algunas cosas.
No porque sean malas en sí mismas, sino porque no sintonizamos con todos los libros. Con todos los autores.
Y si le damos la vuelta: los autores tampoco sintonizamos con todos los lectores.
Aunque a veces nos guste creer que sí...