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AL ESTE DEL CANAL, blog de ANA ALCOLEA

PIRINEOS

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 La fascinación por las montañas. Desde lejos, desde su falda, dentro de ellas. Las montañas tienen algo de atávico, de necesidad de entrar en sus cuevas, de acercarte a sus ibones, a sus riscos. Algo así como volver al útero materno. La montaña, esa mole que parece un todo y está llena de agua, de animales, de flores, de hielo, de nieve. Se recorta en el cielo, que es diferente cada día, cada minuto. El sol muestra o esconde las caprichosas formas de la montaña.

Me gusta contemplar esta Peña Telera mientras escribo.

O mientras leo cosas diferentes: esa maravilla de relatos de Enrique Satué Oliván, que se titula Pirineo de Boj, por ejemplo, o las Elegías de Duino, de Rilke, o Perdido en Poesía, de Mauricio Wiesenthal, o El perro de terracota de Andrea Camilleri.

Cuatro lecturas bien diferentes. Como la luz de la montaña cada día.

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La iglesia de Satué, en la ruta de El Serrablo. Una de esas viejas iglesitas mozárabes, o prerrománicas que van salpicando el paisaje del Pirineo oscense.

 

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Una de mis flores predilectas se llama "No me olvides", y nace en minúsculos ramilletes. De un azul celeste, son diminutas. Miniaturas de flor.

Miniauturas de vida.

 

 

 

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