BUENA SUERTE
Tengo mucha suerte para muchas cosas. Para otras no.
Hace unos días, paseaba por las Ramblas, en Barcelona. En el Liceu, la representación de EL ORO DEL RHIN de Wagner, ya saben, la primera de la Tetralogía de EL ANILLO DEL NIBELUNGO. Eran las 7 de la tarde. Empezaba a las 8.
Entré en la taquilla. Cogí el número. Me llegó el turno. Pregunté si quedaba alguna entrada no muy cara para esa misma tarde.
Quedaba una. Arriba, lateral, visión reducida. Desde mi asiento, sin zoom hice la fotografía. O sea, que muy arriba.
Pero yo ya sabía que la visión reducida del Liceu es visión casi completa. Así que la compré. Entré y disfruté de Wagner. De la música, de las voces, de una escenografía moderna pero sin estridencias de tiránico director de escena. Correcta, elegante, acertadísima, en mi modesta opinión de aficionada disfrutadora, ni experta ni crítica.
La última vez que estuve en el Teatro Real de Madrid me puse enferma. Literalmente, me dio una bajada de defensas: sobre el escenario, proyecciones de una operación de hígado en medio de un decorado que simulaba una extraña fábrica. No nombraré al director de escena, de cuyo nombre me acuerdo perfectamente. Ni la ópera ni a su compositor, cuyos nombres también recuerdo perfectamente. Temo que si los nombro, me vuelvan a bajar las defensas y coja el primer virus que pase a mi lado. Y voy a intentar que eso no ocurra.
Prefiero a Verdi, a Wagner, a Puccini, a Mozart, a Massenet, a Giordano, a Bellini, a Donizzetti, a Gounod y a un largo etcétera.
Y de vez en cuando tengo la buena suerte de encontrar una entrada, la única que queda a un precio razonable para mi bolsillo de escritora sin sueldo fijo, en algunos de los lugares a los que voy.
Bien.
No nos quejaremos...