EUROVISIÓN, ONCE UPON A TIME
Hubo un tiempo en que Eurovisión era en Blanco y Negro. Como casi todo.
En mi casa, en el año 1969 no había televisión en color. Como en casi todas.
Durante muchos años, pensamos que el vestido que lució Salomé era blanco, o gris claro, o beige. Era un diseño de Pertegaz, que debía de pesar un montón de kilos, pero que hacía un efecto divertido, de movimiento y ritmo. Como aquella canción que se titulaba "Vivo cantando".
Entonces la tele y la vida eran en blanco y negro.
Poco después llegó el color. Algunas televisiones tenían un añadido en la pantalla que simulaba el color. Me explico, se trataba de algo parecido a hojas finas de papel de celofán de colores. La emisión seguía siendo en blanco y negro y la recepción también, pero se creaba un efecto falso de color que nos tenía horas con los ojos clavados ante el aparato. Esto ocurría en casa de una de mis tías.
En mi casa no. Mi padre dijo que aquello era una gilipollez, y mi madre que era una tontería. Así que nunca tuvimos una tele de aquellas, de las que mi abuela decía que era "de querer y no poder". Y como en mi familia, a nadie le gustaba aparentar otra cosa que lo que éramos, pues nos quedamos con la Telefunken de caja marrón de toda la vida.
Pero todo cambió en el años 1974, cuando ABBA ganó el Festival de Eurovisión, com "Waterloo". Esa vez se emitió en color, y la mayoría de los españoles nos quedamos sin ver el colorido que se vislumbraba espectacular, de los vestidos de Agnetta y de Frida. En mi calle, solo había familia que tenía tele en color. En color de verdad, sin celefán. Al día siguiente, todo el mundo hablaba en la carnicería, en la pescadería, en la panadería, en el taller de coches de debajo de casa, de aquellos cuatro suecos que vestían de una manera tan extravagante, tan moderna y tan rara. Solo la mujer que había visto la retransmisión en color, solo ella, defendió la ropa de los escandinavos. "Llevaban unos trajes preciosos", dijo, y todos nos quedamos callados, mirándola absortos, a ella, a la privilegiada para la que la vida que había al otro lado de la ventana eléctrica, tenía color.
"La morena iba de amarillo y naranja. La rubia de azul. Unos trajes brillantes, con una caida la tela..."
Mi madre y yo nos miramos. Y los demás se miraron entre sí. Algo estaba cambiando a nuestro alrededor. Algo que traía color y frescura.
Pocos meses después, compramos la tele en color.
Y así unas cuantas teles más.
Anoche, como casi siempre, vi el Festival de Eurovisión.
Como casi siempre en los últimos años, color, mucho color. Luz, muchas luces. Voz, muchas voces. Ruido, mucho ruido.
Como siempre, no ganó ninguna de mis canciones favoritas, Italia, Islandia..., o sea, las que ofrecían palabra, voz, música, sin alharacas. Las que no necesitan juegos de artificio para poder ser escuchadas.
Me parece que el Festival de Eurovisión hoy en día, es un símbolo de lo que hay a nuestro alrededor, un ejemplo más del mundo en que vivimos.
Pantallas gigantes, o no, imágenes constantemente en movimiento, ausencia de silencios, estímulos constantes que no vienen ni de la palabras, ni de la música, ni del arte. Esas cosas que forman de verdad el espíritu, la mente, a la persona.
Parece que no queda sitio para el cantor, para el solitario que canta. Para la palabra que se dice que se escribe, que se lee, que se canta.
O sea, mucho ruido y pocas nueces.
Ya lo decía el gran William.
Shakespeare, claro.
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