OLORES

Algunas veces el olor está escondido
dentro de un color.
Como en las naranjas de los patios
del Palacio de Bahia, en Marrakech.
A las voces se unen los olores de la ciudad.
Todos tenemos un olor. O varios. Y las ciudades también.
Caminar por las estrechas callejuelas de Marrakech es caminar por un mercado de olores: el almizcle de las farmacias bereberes, la harissa, el curry, se mezclan con la gasolina en forma de humo de las motos que serpentean en el laberinto, y con los perfumes de las mujeres.
En la Plaza, el humo de las carnes asadas se codea con el té de gingseng, canela y cardamomo que no me deja dormir, y con el té verde a la menta que sí me deja dormir.
Las motos se dan la mano con las calesas, y el olor de la orina de los caballos se pasea con el de los tubos de escape. El caminante no debe sortearlos. Ellos lo hacen con pericia.
De los árboles y las flores de los cientos de jardines y patios emanan aromas, desconocidos algunos, viejos conocidos otros. No distingo ni azahares ni gardenias, pero sí jazmines, rosas, y ese perfume de un árbol que mi madre llamaba "del paraíso", y que me recuerda la primera vez que bailé, hace ya muchos años, en otro jardín, en otro lugar.
Hay olores que sólo se huelen. Y otros que también se ven. Los de Marrakech se huelen y se ven.
Y te impregnas de ellos, como de toda la ciudad.
Y te los traes a casa.
Al armario, por ejemplo, que ahora huele a almizcle.
2 comentarios
Juan Antonio -
Luisa -
Qué hermosa descripción en esta entrada.
Un beso.