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AL ESTE DEL CANAL, blog de ANA ALCOLEA

PIEDRAS

Muchos de los palacios de Venecia fueron construidos con piedras de Croacia: de la península de Istria y de la isla dálmata de Brac.  Entre ellos el inacabado que siglos después compró Peggy Guggenheim. Peggy, la heredera del hermano Guggenheim que murió como un caballero en el Titanic, la que fuera mujer de Max Ernst, una de las musas de Man Ray, la propietaria de una de las mejores colecciones privadas de arte contemporáneo, albergada en ese viejo palacio veneciano de Dorsoduro que da al Gran Canal, y cuyas piedras salieron de Istria.

Ruskin habla de las piedras de Venecia, de su pasión por el gótico sobre el renacimiento. Ruskin, además, dibujaba capiteles y arcos mejor que nadie.

Muchas casas de Croacia están también construidas con esas piedras, sobre todo en la costa de Dalmacia. Son piedras blancas, de un blanco ligeramente tostado, que han resistido muchas inclemencias del tiempo. Aunque no todas: la bóveda de la catedral de Sibenik fue destruida durante la última guerra, igual que gran parte del centro de Dubrovdnik. Quedan agujeros enmarcados en el claustro franciscano, con granadas y restos de misiles junto con pinturas de la época del palacete de Peggy. Casi todo está reconstruido: la UNESCO ha pagado las rehabilitaciones monumentales.

Igual que en Mostar: el viejo puente luce resplandeciente, y las torres que no lo pudieron guardar de los misiles también. Todo el centro parece inmaculado, como si nunca hubiera sido ultrajado.

Veinte metros más arriba de ambas orillas, las cosas pintas de otra manera. Dormimos en una pensión regentada por una abuela deliciosa. La fachada gris está llena de agujeros de metralla. Poco más allá, casas enteras que fueron hermosas no son sino ruinas que no ha destruido el tiempo. La gran torre de un hotel moderno parece el resto de aquel "Coloso en llamas" cinematográfico lleno de estrellas. El coche nos lleva por las grandes avenidas: balcones que fueron y ya no son, boquetes inmensos en fachadas tras las cuales siguen viviendo familias, agujeros de proyectiles junto las ventanas a las que se asoman jóvenes mujeres que tienden su ropa, y hombres que fuman apoyados en lo queda del alféizar. Soldados franceses vestidos de camuflaje pasean en grupo por las calles de Mostar.

Lo mismo ocurre en Sarajevo: aquí los soldados son alemanes, pero los agujeros son los mismos.

El vacío es el mismo.

Hay veces que hasta las piedras se convierten en polvo.

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