TORMENTAS
Hay tormentas de verano. Metafóricamente y no.
Islas de tormentas, como aquella donde vivió mi amiga H. durante su niñez en Escocia. O como esa otra en cuyo faro me gustaría a mí pasar un días, en la costa de Noruega.
Mi abuela tenía mucho miedo a las tormentas. Debe de ser porque vivió su infancia en aisladas casas de estación.
A mí no me dan miedo. Me gusta el color del cielo tormentoso, los relámpagos de luz a lo lejos, el ruido del trueno. El olor de la tierra mojada. El agua sobre la piel, siempre y cuando no sea mucha.
Estamos hechos de agua y no nos gusta mojarnos con la lluvia. Al fin y al cabo, recibimos una parte de aquello que somos. Deberíamos sentirnos como de regreso al útero materno.
Pero no.
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P.delgado -