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AL ESTE DEL CANAL, blog de ANA ALCOLEA

VENEZIA II

El jueves llego demasiado pronto a Barajas, como casi siempre desde que vivo en Zaragoza. Antes desde Alcalá era otra cosa. Dos veces estuve a punto de perder el avión, pero sólo a punto. Esta vez pasé más de tres horas esperando. Como los de Iberia ya sólo te dan a bordo los buenos días, muy amablemente, eso sí, me siento a comer una ensalada. Estoy en el ala nueva de la Terminal 2, la cafetería tiene unos enormes ventanales desde los que se ve la zona más regional del aeropuerto, y parte de su intendencia. Por allí pasan furgonetas, camionetas, coches, carros, carritos, y varias decenas de empleados a pie y motorizados. Entre lechuga y zanahoria miro a través de la  cristalera: el conductor de uno de los vehículos transportadores de maletas tiene afán de emular a un campeón de Fórmula  1, sale del túnel que está debajo de mis pies y en curva a gran velocidad. Igualito que si estuviera en Montecarlo. Y, claro, pierde una maleta. Es azul, muy parecida a la mía. Ni ella ni ninguna de sus compañeras iba atada, tapada, metida. Nada. Una superficie llana y resbaladiza sobre la que se deslizan las maletas en las curvas de los túneles, y caen al pavimento. Bien.

El conductor, por supuesto, ni se gira al oír al golpe de la maleta en el suelo, si es que lo ha oído. Tan deprisa va. Sigo mirando después de volver a mi plato a coger otro trozo de lechuga. Por allí pasa otro coche, y otro, y una camioneta. Y una señorita de uniforme, y dos operarios. Y tres señoritas más. Ven la maleta, pero ni se acercan a mirarla. Y otro vehículo. Y otro más. Y así varias docenas de carros, y varias docenas más de personas. La maleta se parece mucho a la mía, pero no: la mía es más oscura y tiene un bulto de libros en la parte de atrás. Mi libro guía de arte veneciano de tapa dura me acompaña, y otro sobre textos que hablan de la ciudad. Y en el último momento he metido en el mismo bolsillo los guantes de lana y el gorro. No, no es la mía. Pero me cabrea pensar que podía haberlo sido. Y que alguien se va a quedar todo el puente sin la suya.

Me levanto y me acerco al mostrador de Aena más próximo. Uno de esos donde te ayudan si tienes problemas. Me atiende una sonriente señorita que podía haber sido mi alumna pero que no lo era. Me parece que lleva los ojos demasiado maquillados para ser  las tres de la tarde. Y pienso que así los llevaba yo también a su edad.

Le digo: "No sé si éste es el lugar para decirlo, pero se ha caído una maleta ahí fuera y nadie la recoge".

Me dice sin perder la sonrisa: "No se preocupe. Hay un camioncillo que va pasando y recoge todas las maletas que se han caído".

Se me debe de poner cara de idiota. Le digo: "Pero cuando llegue el camioncillo, el avión al que debería haber llegado esa maleta ya habrá despegado".

Me dice: "Sï".

Le digo: "Alguien se va a quedar sin maleta durante todo el puente. No creo que ese alguien se quede muy contento".

Me dice: "No".

Le digo: "Si ésa fuera mi maleta, yo estaría muy enfadada".

Me dice: " Si fuera la mía, yo también lo estaría".

No perdió la sonrisa en ningún momento.

Me fui del mostrador. Embarqué. Cuando llegué al aeropuerto "Marco Polo", allí estaba mi maleta.

¡Qué suerte tuve!

¡Pude cambiarme de ropa interior!

Y exterior.

2 comentarios

Nerea -

Venecia... tengo que volver alli, me cautivó! Pero no me gustaría nada llegar alli sin maleta, en fin... disfrútalo! ¿Sabes que conocí a Laura Gallego ayer, en una firma de libros? Eso me recuerda que tenemos que quedar pronto...

Javier -

Viajar ligero de equipaje... ¡pero no tanto caray! Supongo que el desequipado marcharía al Puente de los Suspiros. Bienvenida. J. ;)