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AL ESTE DEL CANAL, blog de ANA ALCOLEA

FIESTAS

Nunca me han gustado las fiestas obligatorias. Eso de que haya que divertirse a la fuerza en determinadas fechas y en determinadas horas del día me parece un indicio más del borreguismo al que estamos sometidos.

Cuando era pequeña, las fiestas del Pilar apenas salían a la calle: la ofrenda era lo más popular que teníamos. El otro acto festivo consistía en una cena a la que asistía lo más fino de la ciudad en el Palacio de la Lonja. Allí se daban cita la reina y las damas de honor, los alcaldes y demás personajes de la corte zaragozana de los orgánicos años sesenta.

Yo nunca fui a esa cena, claro. Los de Torrero nos conformábamos con la ofrenda a la que tuve que ir dos veces: las recuerdo como dos pesadillas repletas de calores, fríos y dolores de pies.

Los del pueblo llano también teníamos los cabezudos. Pero a mí me daban miedo, porque entonces me daba miedo casi todo.

Las fiestas del Pilar también estaban representadas por la falta de autobuses: huelgas, poco servicio, largas colas, zapatos recién estrenados, largas caminatas desde el centro hasta el barrio, ampollas en los pies.

Sí, dolores de pies y diversión obligatoria.

¡Las emociones que más me excitan!

2 comentarios

ana a. -

Gracias, Román. Prefiero las fiestas en pequeño grupo. El otro día lo pasé estupendamente con vosotros. Me alegra que te gustara el Collar.

ROMAN DIAZ -

Las ciudades cosmopolitas acojen cada día nuevas tradiciones. Ya no es extraño ver en Madrid dragones multicolores bailando en el año nuevo chino, o el alegre braceo de las figuras de cera que bendice San Andrés en polaco. Yo me quedo con el chotis, la pradera y la tortilla. Y es que me encantan las fiestas, aunque sean obligatorias.
Aparté las piedras para ver el Collar y el Retrato. Me gustó. Mucho.