DISCURSOS
Los noruegos son muy dados a los dicursos en todos los eventos. La primera vez que escuché discursos en una fiesta privada fue en la boda italiana de mi amiga Bianca; habló el padre, el novio, la madre del novio... Luego ocurrió lo mismo en la de su hermana Nunzia, y en la boda galesa de mi amiga Helen.
Pasaron los annos y en Noruega asistí a diferentes "celebraciones" con discursos: la más hermosa, entrannable y dura fue la del funeral de Øivind, para el que él mismo había organizado el orden de los discursos y los poemas que se debían leer. Después, una comida en un restarurante para los asistentes que habían sido previamente invitados. El anno pasado, yo misma leí unas palabras el final del funeral de mi madre en Zaragoza.
Hece unos días asistí en Trondheim a la fiesta del 50 cumpleannos de Sissel, una amiga. No hubo uno ni dos ni tres discursos, sino varias horas en las que se sucedieron "taler" (aquí los llaman así) y canciones escritas para la ocasión. No me fue difícil desconectar en el quinto o en el sexto, qué más da, especialmente cuando duraba ya más de media hora.
Hay una cosa que opino de este tipo de discursos, o mejor dicho, tres cosas: la primera es que no deben durar más de cinco minutos; la segunda es que deben ser suficientemente inteligentes y no caer en el sentimentalismo de culebrón; la tercera es que no hay que pretender que lo que uno ha experimentado con el festejado, esté vivo o muerto, tenga que interesar al resto de los invitados, porque no es así.
Yo soy de las cantan (o, más bien, cantaban) en las reuniones y en las fiestas. Siempre me gustó coger la guitarra y cantar. Cada vez la toco menos y peor, y las afonías de los últimos annos han dejado mi voz más débil. Canté en la boda de Begonna, mi querida amiga, y hasta en la mía. Pero también me parece que hay un límite sobre cuánto y qué cantar. Aborrezco ciertas jotas de letras infames que se cantan en las bodas con la única e insana intención de hacer llorar a los padres de la novia. Recuerdo que en la mía le pedí a una persona que cantaba jotas, que cantara todas las que quisiera menos esa de palabras vocacionales hacia la lágrima familiar, porque no estaba el horno para esos bollos. Y la cantó, después de pedirle por favor que no lo hiciera, la cantó.
Es obvio que hay momentos en los que es mejor estar callado.
Pasaron los annos y en Noruega asistí a diferentes "celebraciones" con discursos: la más hermosa, entrannable y dura fue la del funeral de Øivind, para el que él mismo había organizado el orden de los discursos y los poemas que se debían leer. Después, una comida en un restarurante para los asistentes que habían sido previamente invitados. El anno pasado, yo misma leí unas palabras el final del funeral de mi madre en Zaragoza.
Hece unos días asistí en Trondheim a la fiesta del 50 cumpleannos de Sissel, una amiga. No hubo uno ni dos ni tres discursos, sino varias horas en las que se sucedieron "taler" (aquí los llaman así) y canciones escritas para la ocasión. No me fue difícil desconectar en el quinto o en el sexto, qué más da, especialmente cuando duraba ya más de media hora.
Hay una cosa que opino de este tipo de discursos, o mejor dicho, tres cosas: la primera es que no deben durar más de cinco minutos; la segunda es que deben ser suficientemente inteligentes y no caer en el sentimentalismo de culebrón; la tercera es que no hay que pretender que lo que uno ha experimentado con el festejado, esté vivo o muerto, tenga que interesar al resto de los invitados, porque no es así.
Yo soy de las cantan (o, más bien, cantaban) en las reuniones y en las fiestas. Siempre me gustó coger la guitarra y cantar. Cada vez la toco menos y peor, y las afonías de los últimos annos han dejado mi voz más débil. Canté en la boda de Begonna, mi querida amiga, y hasta en la mía. Pero también me parece que hay un límite sobre cuánto y qué cantar. Aborrezco ciertas jotas de letras infames que se cantan en las bodas con la única e insana intención de hacer llorar a los padres de la novia. Recuerdo que en la mía le pedí a una persona que cantaba jotas, que cantara todas las que quisiera menos esa de palabras vocacionales hacia la lágrima familiar, porque no estaba el horno para esos bollos. Y la cantó, después de pedirle por favor que no lo hiciera, la cantó.
Es obvio que hay momentos en los que es mejor estar callado.
2 comentarios
carmen -
luengo -
Para cada ocasión existe un momento y para cada momento una situación.
Un cordial saludo