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AL ESTE DEL CANAL, blog de ANA ALCOLEA

Contrastes II

Los noruegos han viajado tanto en los últimos annos que han descubierto que en el sur de Europa existen las fiestas, es decir, un grupo de días en que se festeja a algún santo patrón con conciertos, procesiones, verbenas y actividades grupales varias. Me imagino que es por esa razón por la que desde hace unos pocos annos en Trondheim se celebra un festival para conmemorar los días de San Olav. Y eso ocurre ahora mismo, a principios del mes de agosto. Nosotros no solemos estar en la ciudad en esas fechas, pero este anno hemos estado por aquí, así que estoy disfrutando de la observación de alguno de los eventos festivos.

El sábado paseé por el "Trøndersk Marfestival", que es una muestra gastronómica de esta región. La comida tradicional noruega ha sido siempre muy simple. Éste ha sido un país pobre hasta hace relativamente poco: el cima duro ha hecho que la agricultura no haya sido precisamente la joya de la corona, pero el petróleo y el gas han convertido a esta nación en una de las más ricas del mundo, y por eso también quieren enriquecer su cocina. De modo que me encuentro en el "stand" de la organización con un cartel que reza así: "Trøndelag, det nye Toscana", que quiere decir: "Trøndelag, la nueva Toscana". Y claro, me parece que tampoco hay que exagerar. Que cultiven algunas hortalizas en ciertas islas de clima más amable, que pesquen salmones y los marinen y ahumen mejor que nadie, que lleven un par de annos haciendo quesos diferentes a los siempre aburridos de la fábrica estatal "Tine", y que hagan embutidos de carne de reno y de alce no equipara gastronómicamente la región a la Toscana, ni a La Rioja, ni a Tudela, ni a Fraga. Pero ellos son así. Viajan por la Toscana, alquilan mansiones en Provenza para pasar el verano, compran los vinos más caros de Saint-Emilion, de Bourgogne o de Suráfrica, los beben en las mejores copas de cristal danés, leen más que nadie sobre tintos, rosados y blancos... Y aunque en sus genes no hay ni una sola gota de vino tinto, ni un grano de queso parmesano ni una pepita de tomate, los han adoptado ya como intrínsecos a su cuerpo y a su espíritu. Todo esto tiene el encanto un poco ingenuo de los nuevos ricos.

Y tendría más encanto si este creerse el ombligo mundial fuera una excepción de este pueblo del norte. Lo malo es que nos pasa a todos.

A unos más que otros.

A unos con los tomates y a otros con las bombas.

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