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AL ESTE DEL CANAL, blog de ANA ALCOLEA

Noruega V

Hoy el día está gris, hay lo que aquí llaman "trønder vaer": lluvia, viento y frío típico de la región de Trøndelag, en la que nos encontramos. El periódico de hoy anunciaba un gran sol sobre la ciudad, pero los meteolólogos a los que está adscrito este diario fallan constantemente; no sé qué satélite consultan, debe de ser uno que mira para otro lado.

Nunca he visto más bicicletas que las que hay aquí en el aparcamiento del hospital: todas las enfermeras, médicos y cirujanos vienen en bici a trabajar, igual que los estudiantes y los profesores de instituto. Pocos son los que utilizan el coche. En Alcalá yo tenía una vecina profe de otro instituto que siempre acudía al trabajo en bicicleta. La miraban como a un bicho raro y oí más de un comentario crítico por esta misma razón. Aquí hubiera sido una más, pero en Espanna todavía poca gente usa la bici.

Yo no sé ir en bici. Supongo que me debería dar vergüenza decirlo pero no. Alguien me preguntó hace poco si no me daba vergüenza escribir de forma tan personal en este cuaderno. Le dije que no ( por cierto que el té blanco sigue siendo una delicia, lo he traído conmigo, gracias otra vez), porque hace ya tiempo que perdí ciertos pudores. Y recuerdo casi el momento en que los perdí: fue durante mis annos de estudiante en la Universidad Laboral de Zaragoza; allí nos ensennaron muchas cosas, entre ellas también a coger confianza en nosotros mismos y a perder el miedo al ridículo. Nuestras tutoras de la Laboral hicieron un buen papel con nosotras (éramos casi todas chicas), y a ellas debo haber perdido ese sentido que no sirve para nada. O al menos a mí me parece que no sirve para nada. El caso es que nunca aprendí a montar en bicicleta. Supongo que hay varias razones: al ser hija y nieta única viví un exceso de celo protector durante mi infancia por parte de mi madre y mi abuela; esto provocó en mí el desarrollo de miedos variados, entre ellos el de la bici porque el equilibrio era algo que no controlaba con los pies fuera del suelo; la vagancia posterior hizo que tampoco tuviera interés en aprender. Y ahora entiendo que es demasiado tarde y me sigue dando miedo. Así que nunca iré al instituto montada en bicicleta. De momento voy andando: todos mis institutos han estado cerca de mis casas: en Teruel a veinte metros, en Santonna a quinientos, en Alcalá a doscientos, en Zaragoza a trescientos. No está mal. Y no es porque fuera afortunada, sólo en el caso de Zaragoza ya tenía una casa antes; en los demás casos es que me busqué la casa después de saber dónde iba a trabajar, y preferí siempre vivir cerca antes que vivir en Santander o en Madrid e ir y venir todos los días. Esa hora de más en la cama, durmiendo, la disfruto más que en la carretera.

Hoy estoy poco inspirada. La razón es que he vuelto con mi abandonada novela y he debido de gastar toda la energía en los cuatro folios que he escrito en los que Amelia y Nina encuentran unas viejas fotos. En un jardín muy diferente de éste. Aquí hay rosales silvestres, cerezos japoneses, árboles con flores como los "angelitos" amarillos, otros con racimos de color violeta parecidos a las lilas, y abedules. Aquí los abedules se llaman "bjørk". Como la cantante y actriz islandesa Bjørk, que protagonizó una de las películas más tremendas que he visto: BAILANDO EN LA OSCURIDAD con Catherine Deneuve. Durante la Segunda Guerra, la gente hacía pan mezclando harina de trigo con la corteza molida de "bjørk", por la carestía. Y si se corta un abedul, la madera fesca tiene un perfume que no se parece a nada que he olido, pero que invita a aspirarlo hasta dejar el tronco muerto ya del todo.

Es lo que tiene la madera, que está viva hasta que se convierte en lenna, y luego "en humo, en sombra, en polvo, en nada".

3 comentarios

Anónimo -

hgh

José María -

Mi padre acudía a la mina a trabajar en los años 60, cuando aparecieron las primeras bicicletas en Aliaga y era casi un lujo tener una bici para el ocio. ¡Cómo han cambiado los tiempos¡ Me enseñó a montar en bicicleta pasando una pierna por debajo de la barra, debido a mi corta estatura. Aprendí a base de caídas en la cuneta de una estrecha carretera. Ahora ir en bicicleta es mi deporte favorito y todos los domingos intento, a pesar de los peligros del tráfico, dedicar unas dos horas a viajar en bicicleta. Mientras tanto, pienso, observo, reflexiono y planifico.

Pablo -

Mi padre acudió durante algunos años a su cita con los alumnos en bicicleta. De hecho, los dos últimos lo hizó con una bicicleta que yo mismo le regalé. Lástima que ya no volverá a hacerlo. La F.P., que él y algunos compañeros inauguraron hace 27 años en nuestra villa, ha cerrado sin que su vuelta se atisbe en el horizonte. Sin la menor muestra de melancolía, empezó este año una nueva etapa en Gijón.