Una cabanna en Noruega
No se si estáis ahí, o no. En cualquier caso, yo sí que estoy. Lo de cabanna es porque este ordenador no tiene todas las letras del alfabeto del castellano. En cambio tiene otras como: æ,ø,å, que también son muy divertidas.
La primera vez que vine a estas montanas y a esta cabana era invierno. Y el invierno de estos pagos implica nieve, mucha nieve, y hielo, mucho hielo. Jørgen me había dicho que teníamos que subir esquiando porque la carretera estaba cerrada para los coches en diciembre. No me lo creí hasta que no llegamos, y efectivamente, no se podía subir con vehículo alguno. Nunca me había puesto unos esquís. Aunque viví muchos annos en Zaragoza y tenía el Pirineo cerca nunca fui a esquiar. Bueno, una vez que mi prima Conchi me dejó sus esquís y fue un desastre, en una pista llena de gente vestida con la última moda en ropa deportiva invernal. Pero aquí no quedaba otro remedio. Así que me calcé unas botas especiales y unos esquís que habían sido de Elia, que ya hacía ya tiempo que no esquiaba. Con el equipo heredado comencé la ascensión, mochila a la espalda, de poco más de un kilometro cuesta arriba entre bosques de pinos y de abedules desnudos. Los esquís se resbalaban hacia abajo y yo tenía que hacer una fuerza suprema para mantenerme en pie. Nunca he sudado tanto a 15 grados bajo cero. Por fin lo conseguí y llegamos a la cabanna. Bueno, él había llegado media hora antes que yo con una mochila más pesada.
Había que coger agua para beber; nada tan fácil como llenar un cubo de nieve, pensé, pero no. Había que cogerla del río. Pero el rio estaba helado y debajo de un metro o más de nieve. También Jørgen me había contado como se obtenía el agua: con un pala para quitar la nieve, un pico para romper el hielo y llegar al agua que sigue corriendo por debajo, tan suave que no se oye desde arriba, enterrada por tanto manto blanco. Tampoco esto me lo había creido del todo cuando él me lo contó en la cafetería de la estacion de Zürich, sentados ante una taza de té. Pero era verdad, a quince bajo cero había que picar en el hielo para obtener agua, fresca, eso sí. Y así ha sido cada vez que he venido a estas montannas en invierno. Pero ahora es verano y no hay hielo, y el río deja sus voces alrededor de la cabanna, y cae en una cascada justo debajo de la ventana de mi dormitorio. Y me arrulla todas las noches.
Hay un poema del romántico inglés Keats en el que se dice: "The songs of birds, the wispering of leaves, the voice of waters". Sí, las voces de las aguas, que unas veces hablan, y otras permanecen en el silencio helado.
La primera vez que vine a estas montanas y a esta cabana era invierno. Y el invierno de estos pagos implica nieve, mucha nieve, y hielo, mucho hielo. Jørgen me había dicho que teníamos que subir esquiando porque la carretera estaba cerrada para los coches en diciembre. No me lo creí hasta que no llegamos, y efectivamente, no se podía subir con vehículo alguno. Nunca me había puesto unos esquís. Aunque viví muchos annos en Zaragoza y tenía el Pirineo cerca nunca fui a esquiar. Bueno, una vez que mi prima Conchi me dejó sus esquís y fue un desastre, en una pista llena de gente vestida con la última moda en ropa deportiva invernal. Pero aquí no quedaba otro remedio. Así que me calcé unas botas especiales y unos esquís que habían sido de Elia, que ya hacía ya tiempo que no esquiaba. Con el equipo heredado comencé la ascensión, mochila a la espalda, de poco más de un kilometro cuesta arriba entre bosques de pinos y de abedules desnudos. Los esquís se resbalaban hacia abajo y yo tenía que hacer una fuerza suprema para mantenerme en pie. Nunca he sudado tanto a 15 grados bajo cero. Por fin lo conseguí y llegamos a la cabanna. Bueno, él había llegado media hora antes que yo con una mochila más pesada.
Había que coger agua para beber; nada tan fácil como llenar un cubo de nieve, pensé, pero no. Había que cogerla del río. Pero el rio estaba helado y debajo de un metro o más de nieve. También Jørgen me había contado como se obtenía el agua: con un pala para quitar la nieve, un pico para romper el hielo y llegar al agua que sigue corriendo por debajo, tan suave que no se oye desde arriba, enterrada por tanto manto blanco. Tampoco esto me lo había creido del todo cuando él me lo contó en la cafetería de la estacion de Zürich, sentados ante una taza de té. Pero era verdad, a quince bajo cero había que picar en el hielo para obtener agua, fresca, eso sí. Y así ha sido cada vez que he venido a estas montannas en invierno. Pero ahora es verano y no hay hielo, y el río deja sus voces alrededor de la cabanna, y cae en una cascada justo debajo de la ventana de mi dormitorio. Y me arrulla todas las noches.
Hay un poema del romántico inglés Keats en el que se dice: "The songs of birds, the wispering of leaves, the voice of waters". Sí, las voces de las aguas, que unas veces hablan, y otras permanecen en el silencio helado.
3 comentarios
Nerea -
Besos!
Reyex -
Me podría perder tan fácilmente en una cabaña en cualquier lugar boscoso y remoto...
Un abrazo
José María -
También me hace gracia lo de la ñ, tan olvidada, A mí también me afecta por mi apellido y mi correo electrónico lleva dos "nn".