Antes
Llego a casa antes de hora, veo la tele mientras como. El cocinero prepara su comida delante de una playa que me parece la Concha de San Sebastián.
Antes, a San Sebastián sólo iban a pasar los veranos dos tipos de personas: los ricos y los criados de los ricos. Mi abuela fue varias veces. La primera, con quince años, allá por 1914, estuvo a cargo de siete niños, el mayor de doce años y el pequeño de pocos mese. Estando allí, estalló la Gran Guerra y tuvieron que dejar de cruzar la frontera francesa para merendar chocolate. En la playa veía a la sobria reina María Cristina, la regente, y a un jovencísimo Alfonso XIII. Mi abuela era niñera, ahora sería una canguro; entonces la palabra canguro se utilizaba para nombrar a cierto animal marsupial australiano que lleva a sus crías en una bolsa anexa al vientre llamada marsupia. No sé si los habéis visto en la tele, andan dando pequeños saltitos. Tenía que lavar a los niños y a toda su ropa, y plancharla, y pasar todo el día con ellos. Un día, estaba tan cansada que se quedó dormida en un banco del paseo con el más pequeño en los brazos. Una señora que pasaba por su lado la despertó y evitó que el bebé fuera a parar al suelo. Mi abuela decidió que nunca tendría más hijos. Cambió de idea cuando conoció a mi abuelo.
Volvió a San Sebastián con él. Antes de la República mi abuelo era chófer particular de una familia muy fina de Zaragoza que también veraneaba en San Sebastián. Mi abuela lo acompañaba y ayudaba a las doncellas y a la cocinera. Allí aprendió a tejer en sus ratos libres; lustros más adelante nos haría esos peducos con los que todavía duermo en invierno, y muchas cosas más. Alguna vez vio en la playa a la reina Victoria Eugenia, poco antes de marchar al exilio.
Alguna mañana mi abuelo se encontraba en el lancia objetos femeninos que no eran de la señora, y que el señor le dejó quedarse porque no podía devolverlos a sus dueñas: por eso en mi cuarto de baño hay una lima de uñas con el mango de plata repujada, y una polvera art decó de Coty. No es la que diseñó Lalique para esa firma de cosméticos, pero a mí me gusta mucho, porque pasó de las manos de alguna corista vestida con lentejuelas a las de mi abuela, que no se puso un traje de baño en toda su vida.
Antes, a San Sebastián sólo iban a pasar los veranos dos tipos de personas: los ricos y los criados de los ricos. Mi abuela fue varias veces. La primera, con quince años, allá por 1914, estuvo a cargo de siete niños, el mayor de doce años y el pequeño de pocos mese. Estando allí, estalló la Gran Guerra y tuvieron que dejar de cruzar la frontera francesa para merendar chocolate. En la playa veía a la sobria reina María Cristina, la regente, y a un jovencísimo Alfonso XIII. Mi abuela era niñera, ahora sería una canguro; entonces la palabra canguro se utilizaba para nombrar a cierto animal marsupial australiano que lleva a sus crías en una bolsa anexa al vientre llamada marsupia. No sé si los habéis visto en la tele, andan dando pequeños saltitos. Tenía que lavar a los niños y a toda su ropa, y plancharla, y pasar todo el día con ellos. Un día, estaba tan cansada que se quedó dormida en un banco del paseo con el más pequeño en los brazos. Una señora que pasaba por su lado la despertó y evitó que el bebé fuera a parar al suelo. Mi abuela decidió que nunca tendría más hijos. Cambió de idea cuando conoció a mi abuelo.
Volvió a San Sebastián con él. Antes de la República mi abuelo era chófer particular de una familia muy fina de Zaragoza que también veraneaba en San Sebastián. Mi abuela lo acompañaba y ayudaba a las doncellas y a la cocinera. Allí aprendió a tejer en sus ratos libres; lustros más adelante nos haría esos peducos con los que todavía duermo en invierno, y muchas cosas más. Alguna vez vio en la playa a la reina Victoria Eugenia, poco antes de marchar al exilio.
Alguna mañana mi abuelo se encontraba en el lancia objetos femeninos que no eran de la señora, y que el señor le dejó quedarse porque no podía devolverlos a sus dueñas: por eso en mi cuarto de baño hay una lima de uñas con el mango de plata repujada, y una polvera art decó de Coty. No es la que diseñó Lalique para esa firma de cosméticos, pero a mí me gusta mucho, porque pasó de las manos de alguna corista vestida con lentejuelas a las de mi abuela, que no se puso un traje de baño en toda su vida.
3 comentarios
Carmen -
Nerea -
ahora, a disfrutar del verano y a ir al pueblo, a ver de nuevo esas abuelas/os que tienen tanta vida como nosotras...
Besos!
carlota -