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AL ESTE DEL CANAL, blog de ANA ALCOLEA

Regresos

En 2001 pasé una temporada en Zaragoza después de haber estado viviendo fuera desde 1986. Fue entonces cuando Antón Castro me invitó a su VIAJE A LA LUNA Y me preguntó por los escritores aragoneses que conocía. El maquillaje ocultó, mágico, mi rubor: sólo pude decir un nombre, el de Javier Tomeo, cuya obra hacía tiempo que seguía. Pero nadie más. Cuando venía a mi ciudad desde los diferentes lugares que el Ministerio de Educación me iba deparando, hacía vida familiar, pero no sabía nada de lo que pasaba en el mundo literario zaragozano. Nada de nada. Después vinieron mis primeros Encuentros Literarios en Albarracín y allí empecé a conocer a escritores de mi ciudad: Fernando Sanmartín, Félix Romeo, Mariano Gistaín, Cristina Grande, Ismael Grasa, y también empecé a leerlos. Después conocí a Ramón Acín, a García Mosteo, a Félix Teira, a Daniel Nesquens, a Rodolfo Notivol, y también me los leí.

Esta semana he leído cuatro libro de autores que viven en mi ciudad: de Miguel Mena, del que hasta hace poco sólo conocía su voz en la radio. Ahora sé que igual de bien se mueve con las palabras escritas, y lo hace tanto por los pasadizos de la estación Victoria de Londres, como por la de Utrillas de Zaragoza, donde tantos años vivió mi bisabuelo Juan, cuando por fin recaló en Zaragoza, después de tantas estaciones.

De Ricardo Berdié; recuerdo cuando estudiaba en la Universidad Laboral, a finales de los años setenta. Un autobús nos llevaba muy temprano todas las mañanas a alumnos, más bien alumnas, mediopensionistas, hasta Malpica. La ciudad estaba entonces jalonada con carteles electorales. Lal cara de Berdié nos miraba a todas desde vallas y paredes, y todas las chicas nos desplazábamos hacia el lateral izquierdo del autocar, con gran peligro de hacerlo volcar, para comtemplar los ojos de aquel desconocido del que no sabíamos nada, acaso que se presentaba a unas elecciones en las que aún no podíamos votar. Años después acabo de leer un novela suya ambientada en la misma calle de Londres en la que acabo de comprar una gelatina de lavanda que no se pone detrás de las orejas, sino que se come; una novela que habla de juegos de realidades y de ficciones, que es el asunto literario que me sorbe y me absorbe el seso desde que Maite Cacho y Aurora Egido nos explicaron EL QUIJOTE en la Facultad.

Otro autor aragonés de esta semana ha sido Daniel Gascón, que tenía ocho años cuando me marché de mi ciudad a intentar hablar de literatura, y que ahora escribe como ya me gustaría a mí escribir: conciso, intenso y con sentido del humor. Mientras daba mis clases en alguna ciudad del país y aún no sabía quién era Sebald,él lo conocía en Inglaterra.

Y la semana termina en una tarde de domingo en la que leo el libro de Julio José Ordovás. Después de leerlo tomo conciencia de que soy una persona de lo más convencional. El libro de Julio hace que me replantee algunos aspecto de mi tarea literaria, y que se me recoloque la vanidad, lo que siempre es de agradecer.

1 comentario

Ricardo -

Leo tu nota de hoy, madrugadora, y pienso en el silencio. En ese quedarse sin palabras porque un escalofrio, sólo, te recorre la espalda al leer algo y no hay nada más. Ni siquiera palabras que puedan describir el momento. Y me adormece en su regazo, de vacío de voz, sólo tejido de vacío. Y en ese duermevela silencioso pienso, durante tres días, en cuán expresivo puede ser el silencio. Pienso en la importancia de la pausa, del mutis, para seguir caminando. Ese parar antes para continuar después, con más fuerza si cabe. No sería lo mismo. Sé que no podría escribir lo que escribo, si no me parase de vez en cuando en la cuneta a escuchar... ¿el silencio ?. Bacione!.