Blogia
AL ESTE DEL CANAL, blog de ANA ALCOLEA

Tenis y Nadales

Veo la final del ROLAND GARROS, que gana Rafael Nadal. Su nombre me recuerda siempre a Rafael Martínez Nadal, el amigo de García Lorca al que le dejó el manuscrito de EL PÚBLICO cuando cogió el último de sus trenes. En el exilio londinense se casó con Jacinta Castillejo, hija del que fuera Secretario de la Junta de Ampliación de Estudios durante la República. Hay un libro muy interesante de Irene Claremont, la esposa inglesa de Castillejo, sobre aquellos años de la Segunda República española, de los hombres de la Institución Libre de Enseñanza, de su vida en la finca de El Olivar madrileño, de su vuelta a Inglaterra, de la aparición de Rafael. M. Nadal en la familia. Jacinta todavía vive en Londres. Rafael murió no hace muchos años. Poco antes publicó un libro hermoso, en la editorial Casariego, sobre Lorca, con cartas y dibujos inéditos, por el que aparece la casa de los Morla (centro intelectual imprescindible del Madrid republicano), Ignacio Sánchez Mejías y dos de las mujeres a las que más amó: la bailarina Encarnación López Julve "La Argentinita", y la escritora francesa Marcelle Auclair, que era la esposa de Jean Prévost. Hace tres años, en un estreno del Ballet Nacional al que me invitó mi amigo Ricardo, Pilar López, la hermana de "La Argentinita", coreógrafa de un clásico de Joaquín Rodrigo, todavía se atrevió a dar unos pasos de baile cuando saludaba al público, ramo de flores en mano y cientos de recuerdos que merecerían un atractivo libro de memorias.

Nunca tuve público cuando jugué a tenis. Afortunadamente. Fue en mis años púberes, en el "Stadium Venecia". Alguien se empeñó en que tenía que aprender y allí que me pusieron a entrenar todas las mañanas de los sábados de no recuerdo qué año de la década de los setenta. El entrenador ya no sabía qué hacer conmigo: no era capaz de hacer que las bolas chocaran con la red de mi raqueta. El entrenador llevaba siempre conjuntos de Lacoste del mismo color (recuerdo uno amarillo y otro celeste), y estaba siempre moreno. Creo que era guapo pero ya no me acuerdo ni de su cara ni de su nombre. Cuántos nombres perdemos al cabo de una vida. Yo tenía que llevar una horrible minifalda blanca plisada que enseñaba mis muslos demasiado rollizos. Llegó junio con sus exámenes finales y tuve la excusas estupenda para dejar aquel suplicio.

Algún verano antes, tampoco sé de qué año, estaba yo en la piscina mixta (era la única en la que podían estar hombres y mujeres mezclados, aunque no mucho) con mi familia. En la época estaba prohibido que las mujeres llevaran biquini fuera de la piscina femenina (¿las piscinas entonces tenían sexo?, se ve que sí); a las niñas sí se nos permitía porque se suponía que no despertábamos ninguan libido. Había una señorita vestida, y con una larga coleta negra que vigilaba las "buenas costumbres" sobre el césped y en el agua. De pronto, la vi llegar hacia mí como una energúmena. Me dijo que me tenía que ir al vestuario inmediatemente y quitarme aquel biquini tan provocativo. Yo me quedé helada a pesar del largo y cálido verano zaragozano. Tan pequeña era que supongo que ni siquiera sabía lo que quería decir provocativo. No entendía nada. Mi madre le dijo que era una niña, que el reglamento decía... La señorita de la coleta negra la mandó callar y yo me tuve que ir a las cabinas a ponerme un traje de baño que cubriera mi estómago y mi ombligo. Lloré de rabia y de humillaciíon. Si entonces tenía algún concepto sobre lo que era la justicia, en aquel momento lo perdí.

Y no sé si lo he recuperado.

1 comentario

Jos´é María Ariño -

Me ha encantado tu evocación de tus años infantiles en el Stadium Venecia. ¡Cómo han cambiado los tiempos! Y las costumbres...En mi pueblo no hubo piscina hasta los años 70 y en el seminario de los Maristas nos bañábamos en una balsa de riego, sólo chicos, por supuesto. Y muy poco rato, para que no le cogiéramos afición a ese momento de ocio.