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AL ESTE DEL CANAL, blog de ANA ALCOLEA

Encuentros y reencuentros

He estado con mi primera profesora de literatura. Se llama Carmen Larena y me dio clase hace más de treinta años. Sólo estuvo con nosotras medio curso, pero es una de esas mujeres que transmiten entusiasmo por cada poro de lo que hacen. La recuerdo con su bata azul de cuadros. Yo tenía once o doce años y de sus labios oí probablemente por vez primera palabras como Homero, Ulises y Aquiles. Fue entonces cuando me leí LA ODISEA y LA ILÍADA, en aquellas ediciones grises de Austral que aún conservo. Me metí en aquellas páginas cuajadas de héroes y dioses, y desde entonces no he conseguido salir del hechizo de esas palabras mentirosas, y a la vez tan verdaderas, que forjan lo que llamamos literatura. Pasaron muchos años hasta que volví a encontrar a Carmen. Averigüé su dirección en 2001 y nos volvimos a ver en la Biblioteca de Aragón, la tarde que presenté mi primera novela. Entonces pude darle las gracias.

Volver a encontrar al cabo de los años a quien ha sido tu maestra tiene un no sé qué de milagroso: es como reconciliarte con esa parte de ti que empezaba a ser forjada y de la que no llegas a saber cuánto queda pasado el tiempo.

Reencontrarme con mis antiguos alumnos tiene a veces la magia de una tarde en Las Vistillas, y de una BOHÈME inesperada en el Teatro Real.

Visito fugazmente a Antón Castro y respiro convertida en Ulises. Salgo a Independencia: preparativos de la Feria del Libro. Me envuelve un perfume lejanamente familiar. Paseo bajo los tilos y veo que están en flor: es de ahí de donde viene el olor. Lo respiro tan fuerte que me creo que voy a raptarlo y me lo voy a guardar todo dentro de mi cuerpo. Pienso que si aspiro mucho tal vez me quede dormida en mitad de la calle, como si me tomara una infusión de infinitas hojas de tila. Hay una flor y una hoja solitarias en el suelo. Me agacho y las cojo. Las guardo en mi mano como un tesoro. Se me ocurre que me gustaría que mis dos manos desprendieran aroma de flor de tilo.

En Berlín hay una avenida que se llama así, "Bajo los tilos", y que te conduce hasta las puertas de Isthar de Babilonia. También lleva a una pastelería llena de tentaciones de colores imposibles. He llorado en muchas ciudades, pero nunca una ciudad me había hecho llorar por sí misma. En Berlín lloré tres veces. La primera fue en la sala oscura y callada donde se erige una escultura a la memoria de todos los que han sufrido por causa de las guerras. La segunda, junto a otra puerta, la de Brandenburgo, frente al Reichtag, donde están las cruces con los nombres de los que murieron cuando intentaban saltar el muro que ya no está. La tercera no os la cuento.

Me gusta ver a Carmen, y a Antón, y pasear bajo los tilos mientras leo poesía en la calle. Y también me gusta oír a Puccini, como ahora mismo, por ejemplo.

2 comentarios

Juan Descamisado -

Te leo como si prosiguiéramos una conversación. Oigo tu voz bajo los tilos. Un solo poema hasta las puertas de Isthar de Babilonia: ¡te acompaño!

Ricardo -

Interesante eso de encontrarte con algún antiguo profesor. En Berlín, Paseo de la Independencia, Las vistillas o un palco de proscenio del teatro Real... Interesante, incluso para una novela. Encontrarte con un antiguo profesor bajo un palmeral ficticio, en un restaurante donde cantan opera, en un bar de cantautores en Libertad, en un hotel del centro, en un café cantante donde recuerdan a E. Piaf, en un poema, en una novela o en un cuaderno de bitácora. Interesante. Bacione.