Regalos mañaneros
Me encuentro con Carlos Martín, y me cuenta que será Astolfo en "La vida es sueño" que está preparando el Centro Dramático de Aragón. Carlos es un estupendo actor de teatro, o sea, de los de verdad. Además es un magnífico director, como nos mostró en su montaje de "Trenes que van al mar", en el que dirigió A Enriqueta Carballeira y a Jeannine Mestre. Casi nada.
Asisto en el instituto a un concierto de fin de curso. Tocan alumnos que compaginan sus estudios de secundaria con los musicales en el Conservatorio. Marco Gonzalvo toca el piano. Es un virtuoso que se atreve sin partitura, con zapatillas de deporte y con pantalones casi cortos a interpretar a Beethoven, a Gershwin y a Chopin, a los que es capaz de arrancarles esas notas que acarician el aire. Francisco José López toca la guitarra y sus trémolos parecen el agua de las fuentes de los caprichos árabes. Canta el coro, y me recuerdan mis años corales: primero en el cole, y luego en Santoña. Cada vez que vuelvo a su mar me arrepiento de haberme ido. Allí dejé gente a la que siempre querré, y músicas a las que siempre vuelvo. Me paso la vida marchándome de los sitios. Pero si no me hubiera ido, tampoco existirían los encuentros bajo el palmeral ni la "Lucia de Lamermoor".
Toca Alma Olite. Esa violinista que parece recién salida de un cuadro de Boticcelli. Si hubiera vivido en la Florencia del Cuatrocientos, la hubiera pintado el florentino; si hubiera vivido en Venecia, sería una de las vírgenes de Giovanni Bellini. Cuando toca, me visita un escalofrío, que sale del cuello, recorre toda la espalda, y se divide en dos para acabar en cada uno de mis dos talones. Hoy ha tocado a Sibelius. En octubre, en el Auditorio, nos emocionó con César Franck y su sonata. Alma tocó en la presentación de mi segunda novela. Entonces el escalofrío llegó con Tchaikovski primero, y con Massenet después. Alma puso música a un momento que habitará mi memoria mientras exista mi memoria: aquella fue la última vez que mi madre salió de casa. Alma puso más alma aún a su sonrisa, a su alegría.
Alma se va a Madrid: le han dado una beca de esas que sólo alcanzan los tocados por la gracia. Como ella, que nos hace temblar como si fuéramos una cuerda de su violín.
Gracias, Alma, por los cálidos escalofríos.
Asisto en el instituto a un concierto de fin de curso. Tocan alumnos que compaginan sus estudios de secundaria con los musicales en el Conservatorio. Marco Gonzalvo toca el piano. Es un virtuoso que se atreve sin partitura, con zapatillas de deporte y con pantalones casi cortos a interpretar a Beethoven, a Gershwin y a Chopin, a los que es capaz de arrancarles esas notas que acarician el aire. Francisco José López toca la guitarra y sus trémolos parecen el agua de las fuentes de los caprichos árabes. Canta el coro, y me recuerdan mis años corales: primero en el cole, y luego en Santoña. Cada vez que vuelvo a su mar me arrepiento de haberme ido. Allí dejé gente a la que siempre querré, y músicas a las que siempre vuelvo. Me paso la vida marchándome de los sitios. Pero si no me hubiera ido, tampoco existirían los encuentros bajo el palmeral ni la "Lucia de Lamermoor".
Toca Alma Olite. Esa violinista que parece recién salida de un cuadro de Boticcelli. Si hubiera vivido en la Florencia del Cuatrocientos, la hubiera pintado el florentino; si hubiera vivido en Venecia, sería una de las vírgenes de Giovanni Bellini. Cuando toca, me visita un escalofrío, que sale del cuello, recorre toda la espalda, y se divide en dos para acabar en cada uno de mis dos talones. Hoy ha tocado a Sibelius. En octubre, en el Auditorio, nos emocionó con César Franck y su sonata. Alma tocó en la presentación de mi segunda novela. Entonces el escalofrío llegó con Tchaikovski primero, y con Massenet después. Alma puso música a un momento que habitará mi memoria mientras exista mi memoria: aquella fue la última vez que mi madre salió de casa. Alma puso más alma aún a su sonrisa, a su alegría.
Alma se va a Madrid: le han dado una beca de esas que sólo alcanzan los tocados por la gracia. Como ella, que nos hace temblar como si fuéramos una cuerda de su violín.
Gracias, Alma, por los cálidos escalofríos.
2 comentarios
Nacho -
Enhorabuena por la blog y suerte con ella.
Un abrazo.
Ricardo -
más libre. Bacione! m