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AL ESTE DEL CANAL, blog de ANA ALCOLEA

PARSIFAL Y ... II

Reconocer a una de mis pequeñas alumnas de Gimnasia Rítmica de hace 30 años en una de las enfermeras que habitan el bosque del Grial.

 

Porque en el bosque del Grial no hay solo caballeros. También hay muchachas en flor que no cuidan de Klingsor, sino de Amfortas.

 

Porque los dolientes, los sufrientes son descendientes de Amfortas. No de Klingsor, que se lo pasaba muy bien con sus muchachas en flor, y esclavizando a la enigmática Kundry.

Hace años, estuve en Ravello, en la costa Amalfitana, cerca de Salerno, cerca de Nápoles. Allí compuso Wagner el segundo acto de Parsifal.

Había flores, muchas flores. Y una villa que terminaba en un acantilado que daba a un mar azul, que también florecía a lo lejos, muy abajo, tan abajo que parecía un fiordo noruego, pero el mar Mediterráneo. Más azul, más quieto y casi más hermoso que en ningún otro lugar. Allí creó Wagner el jardín de Klingsor.

 

Para los caballeros del Grial imaginó montañas inaccesibles, una cama incómoda para Amfortas, una copa de elixir milagroso, capaz de curar sus heridas. Y la presencia del sapiente por compasión, capaz también de curar.

A veces las muchachas en flor se mezclan con los caballeros, dan el caliz de salvación en forma de gotero que entra por las venas y llega, milagrosamente, a donde tiene que llegar.

Y lo hace de tal manera que los números terribles descienden.

Y descienden.

Y descienden tanto como la mirada de alguien que estuviera en el jardín de Ravello y quisiera mirar el mar.

A mí me daba vértigo.

A mí me da vértigo.

 

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