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AL ESTE DEL CANAL, blog de ANA ALCOLEA

TRENES

Viajar en tren tiene siempre algo de nostálgico. Mi bisabuelo fue ferroviario y mi abuela pasó gran parte de su infancia en estaciones de tren de la provincia de Teruel. No pudo ir a la escuela, pero aprendió mucho de los caminos de hierro y de las flores del azafrán, que su hermana ciega desbriznaba mejor que las demás chicas del pueblo, merced a sus dedos sabios y sensibles.

Me gusta viajar en tren. Siempre viajamos desde hacia. Desde un lugar, desde unas personas, hacia otro lugar, hacia otras personas. Y al otro lado de las ventanillas, el paisaje pasa cada vez más deprisa, como la vida. Recuerdo mis primeros viajes en tren cuando era muy pequeña: mi madre, mi abuela  , mi padre y yo. Mi padre con dos maletas, intentando hacerse paso por los largos pasillos de aquellos expresos que nos llevaban hasta la frontera francesa. Allí había que esperar horas para cambiar de tren y coger otro que nos llevaría hasta nuestro destino. En aquellos viejos trenes no siempre había asientos reservados y había que buscar sitio entre hombres que fumaban, niños que gritaban, y madres y abuelas que vociferaban si las criaturas no se querían comer lo que llevaban dentro de la fiambrera metálica. Las ventanillas estaban abiertas y los ojos se irritaban porque siempre les entraba un polvillo oscuro que también manchaba las camisas de los hombres.

Ahora las camisas blancas quedan tan blancas como cuando fueron puestas, todos llevamos asignados el asiento, nadie grita a su compañero de asiento, solo lo hace a través de un pequeño aparato telefónico que nos conecta con alguien que está a cientos de kilómetros de distancia. Y por los pasillos solo circulan las azafatas con el pelo recogido en moños o coletas altas, y preguntándote amablemente si deseas agua, manzanilla, cava o zumo de naranja.

Las ventanillas están cerradas y limpias. Y al otro lado, el paisaje pasa muy deprisa.  Apenas se ve el cambio de color en los árboles cuando va cayendo la noche. Ese cambio desde verde hasta el gris.

Sí, el paisaje pasa muy deprisa al otro lado de la ventanilla. Tal vez demasiado. Como la vida.

 

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