FRØYA
Mientras caen las bombas en Libano, paso el día en la isla de Frøya, aquí, en la costa oeste de Noruega.
La isla huele a rosas: no he visto jamás tantas rosas silvestres por kilómetro cuadrado como en Frøya. Sales del coche y su perfume te alcanza siempre. Incluso junto al mar, donde sólo crecen plantas minúsculas que se protegen con su exiguo tamanno del viento que azota los la costa. Veo cientos de islotes a mi alrededor. Dicen que hay más de 4000 en este archipiélago. De lejos parecen rocas desnudas. Pero no: la misma vegetación que en las montannas pero en tamanno reducido.
La isla suena a gaviotas: aquí tienen sus nidos y si te merodeas junto a ellos, se acercan a su pelo tanto que parece que te van a estirar de él como castigo por haberte adentrado en sus dominios creadores.
A lo lejos se ve el faro: siempre he querido pasar unos días en un faro. Este se erige en uno de los islotes, el más occidental. Está pintado de rojo y blanco y en su tiempo fue el más alto de Noruega. Cuando vivía en Santonna me gustaba coger el coche (entonces tenía un 127 verde y viejo, ahora no tengo ninguno) y llegar hasta el faro. Ahora tengo un grabado con su imagen en mi salón. Me gusta mirarlo. También me gusta ver películas en las que los protagonsitas viven en lugares como este, lejos de la ciudad, en medio de las tormentas. Y leer novelas en las que el asesino también vive en un faro.
Tampoco esta vez he conseguido pernoctar en el faro: hay que llegar en barca hasta él y no se me da bien remar en alta mar.
Hay cosas que una quiere hacer pero que nunca hace.
4 comentarios
Nerea -
Y tú a un café (o un jarabe de rosas) cuando quieras, pero ya en Septiembre, después de un mes en el pueblo sin conexión a partir de mañana.
Besos y disfruta por esas tierras!
Nerea.
elisa de cremona -
un saludo
aNTÓN -
Dicho eso: te envidio desde tierra adentro. Soy un apasionado de los faros. En mi próximo libro ("Marinos y mujeres" o "Mujeres de mar")hay varios fareros y faros. Soy un coleccionista de libros de faros desde hace mucho tiempo. Y me fascinan los fareros: conocí a varios de Cantabria, especialmente a uno, enigmático, que era fotógrafo y conservaba fotos con sus padres, de niño, en Venecia. Siempre me pareció un tipo muy misterioso. Años después, meses después, más bien, escribí un libro, un guión de cine, titulado, "La muerte del farero", que también llegó a tener otro título: "El pintor de sirenas".
Que pases muy buenos días y que recargues tu imaginación, de nuevo. Un beso para ti y recuerdos a tu marido. Dile que lo deje todo y que se venga a Aragón, que es tierra bella, seca y hospitalaria. Antón Castro.
Nerea -
Besos, Ana!