CONCIERTOS
No vi el Concierto de Año Nuevo desde Viena. Estaba en la cabaña, lejos del mundanal ruido y no tenemos tele. La hubo hace tiempo, pero un día alguien la robó: entraron por la ventana, se llevaron una botella de whisky y la televisión. Lo de la botella lo sentí, no por el contenido sino por el continente, que era una pieza antigua. De lo de la tele me alegré. Además, los ladrones fueron discretos y cuidadosos: cerraron la ventana lo mejor que pudieron cuando se marcharon.
Lo que sigue habiendo es una radio. Así que a las doce y cuarto del día 1 la puse, y allí estaba la Filarmónica de Viena arrancando los primeros compases. Esta vez dirigió Maris Jansons, que ha sido director de la Filarmónica de Oslo durante muchos tiempo. Hace unos años, sufrió un infarto a punto de terminar el cuarto acto de LA BOHEME, en pleno teatro de la ópera. Se sintió mal, quiso continuar, y su pundonor a punto estuvo de costarle la vida: se desplomó poco antes que Mimí.
Cuando era pequeña, deseaba que llegara el Año Nuevo para ver en la tele aquel concierto, con aquellas flores de la Riviera italiana que siguen decorando la sala del Musikverein (creo que no se escribe así), con aquellas bailarinas maravillosas de vestidos de gasa que saltaban y se quedaban suspendidas en el aire al ritmo del Danubio azul. Al principio, las veía en blanco y negro y grises; luego sus trajes se convirtieron en organzas tan azules como el río o tan rosas como el cielo invernal. Aquellos fueron mis primeros contactos con la música clásica, y cada vez que se acababa el concierto, se me encogía el corazón de pensar que tenía que esperar todo un año hasta la próxima vez. Allí vi por primera vez la cara de Karajan, de Maazel, o de Ricardo Mutti, que fue el primero en sustituir el clásico uniforme: melena negra rayada por la mitad, eligió una levita marrón, de aire proustiano, dijo la voz del presentador.
Cuando mi padre compró el primer tocadiscos, adquirió con él muchos discos de vinilo, pequeños y grandes. Recuerdo dos de los grandes: Uno contenía las Danzas del PRINCIPE IGOR de Borodin, y lo puse tantas veces que me aprendí la melodía de memoria, hasta me inventé una coreografía que bailaba sobre la alfombra del salón. El otro era de valses de Strauss, en la portada, una bailarina de ojos maquillados de rimmel y línea azul como su capa que hacía soñar; yo quería ser como ella.
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Lu -