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AL ESTE DEL CANAL, blog de ANA ALCOLEA

FÜRTWANGLER

Øivind nunca estuvo en el piso de abajo. Él se fue sin avisar, como Concha, como Jesús, de otra manera, pero igual de deprisa.

Øivind vivió un anno en Londres en 1947. Fue a estudiar los tipos de café y su comercialización. Parece un poco raro pero es verdad. Acababa de terminar la guerra, había hambre y pobreza también aquí en el norte, y a él su jefe lo mandó a estudiar café a Londres. Con todos los gastos pagados. Entonces tenía treinta annos y dicen que era el hombre más guapo de la ciudad. Lo creo. He visto sus fotos de juventud, y lo conocí con sus setenta elegantes annos. Era un gentleman de los de otros tiempos.

Øivind fundó el primer grupo de jazz en la ciudad y siempre tocó el piano. Ese piano gris en el que estos días intento encontrar alguna melodía con poca fortuna. En Londres escuchó a Fürtwangler. Dicen que fue el concierto más polémico de la historia: dos annos después de acabar la guerra, tocaba en Londres el hombre que había dirigido la Filarmónica de Berlín en los annos treinta. De él se ha dicho de todo: unos dicen que miraba hacia otro lado cuando las SS venían a buscar a los músicos judíos de su orquesta, otros dicen que interdeció por ellos ante las autoridades nazis sin fruto. Sus biógrafos tienen la tarea. A mí, ahora, me quedan otros recuerdos: su FLAUTA MÁGICA, majestuosa, muy diferente de la más mística de Otto Klemperer, o la más vitalista de Solti (esta última con una maravillosa Pilar Lorengar como Pamina). Y sus Sinfonías de Beethoven. Øivind en Londres lo escuchó dirigir la Séptima Sinfonía. Cuarenta annos después recordaba ese momento como el más grande vivido por él en una sala de conciertos.

Poco despúes, un día de mayo de 1995, yo escuchaba el andante de esa sinfonía en una iglesia de Trondheim. Øivind había elegido ese movimiento de la Séptima de Beethoven para su funeral. La misma sinfonía que en 1947 Fürtwangler había elegido para su primer concierto en Londres después del infierno.

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