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AL ESTE DEL CANAL, blog de ANA ALCOLEA

CUCHARILLAS DE PLATA

En mi casa no había cubertería de plata. La clase trabajadora y funcionarial a la que ha pertenecido mi familia desde las últimas décadas comía con cubiertos de acero inoxidable, como mucho de alpaca plateada. La plata estaba reservada a las familias de la alta burguesía. Al menos eso creía yo de pequenna. Las cuberterías de plata estaban rodeadas para mí de un cierto sabor de clase y elegancia. Muy cierto, sí.

Por eso la primera vez que vine a Noruega me creí que aquí todos eran ricos: en todas las casas en las que estuve invitada a cenar o a tomar el té había servicios completos de plata. Cucharillas de diferentes tamannos con el mango lleno de filigranas que dibujaban rosas, espirales y formas de los viejos días; tenedores minúsculos de dos púas (como los que se inventaron en la Venecia del siglo XIV, los de tres púas los inventó Leonardo, según he leído en un libro de cocina escrito por el propio da Vinci) para el salmón o los arenques en salsa; paletas para las tartas, cuchillos para la mantequilla, pequennas pinzas para los azucarillos... En fin, un tesoro plateado en cada casa que visitaba. Los propietarios, profesores, intelectuales que repudiaban la plata en los annos sesenta y setenta porque era cosa de las abuelas, y que ahora la muestran en cada ocasión propicia, y la usan en cuanto tienen invitados en casa. Sé de alguien que en los setenta vendió toda la plata heredada para pasar una semana de vacaciones en París.

Lo mismo hago yo con la parte que me ha tocado (utilizarla, no venderla para ir a París): cuando uno se casa, los regalos de boda suelen ser piezas de cubertería de plata. Esta es la razón por la que aquí todo el mundo,o casi todo el mundo, las tiene.

Hoy he estado en una tienda de antigüedades y he comprado algunas piezas, tres para regalar, tres para mí. Son mucho más baratas que las que compras nuevas en la joyería y tienen ese aire vivido de lo usado. No puedo dejar de preguntarme a quién pertenecieron y en qué momentos de su vida alguien las usó o las dejó en el cajón.

El caso es que a mí, que soy una chica de barrio (lo de chica tal vez debería cambiarlo, pero no, todavía no)y me gusta serlo, me gusta también eso de servir el té, las pastas y la mermelada con las cucharillas de plata. Observar las espirales de sus dibujos, tenerlas entre los dedos, tocar el brillo satinado por la pátina de los annos, de otras manos.

Pequennos placeres para tener entre manos.

2 comentarios

Anónimo -

Javier -

"La mitad del mundo no puede comprender los placeres de la otra mitad", Jane Austen. Será por eso que odio la vajilla desechable. Saludos, J.