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AL ESTE DEL CANAL, blog de ANA ALCOLEA

Caminos. Istanbul I

Hay caminos que se abren en ángulo y crean infinitos caminos. Esto ya lo hemos leído en Borges. Hay caminos que se cierran y que te dejan en medio de tu propia vida sin poder ir ni hacia delante ni hacia atrás. Esto lo hemos leído en demasiados lugares. Hay caminos que se multiplican y de los que nunca podrías decir cuál es el camino primigenio, pues todo se ha convertido en una red de vías hasta lo que alcanza tu mirada.

Eso es Istanbul, o Estambul, o Constantinopla, o Bizancio. De tanto verlo escrito en turco y en cualquiera de las lenguas germanas de nuestros libros de viaje, ya me suena mejor Istanbul que Estambul. Es una ciudad a caballo entre muchos caminos hechos de mares: el de Mármara, el Mediterráneo, el Negro, el estrecho del Bósforo, el propio Cuerno de Oro. Lugares todos con unas resonancias épicas y románticas que te llevan hasta Homero, hasta Soleimán hasta Justiniano y hasta Lord Byron.

Pero no sólo son los mares los que se cruzan en la ciudad: Istanbul es un hervidero de gentes que van y vienen a un ritmo frenético, vendedores que quieren ser de alfombras pero que ahuyentan al comprador con sus invitaciones exageradamente amables; hombres con sus maletines que van al trabajo; mujeres que al norte y al sur de la plaza de Taksin se muestran tan occidentales como yo, aunque sus escotes son casi siempre más modestos; mujeres en el distrito de Sultanahmet (que debe su nombre a la Mezquita Azul y que es el más tradicional de la ciudad) con el cabello cubierto en un tal vez más del 70 por ciento. En esta zona, además, se dan cita la mayoría de los turistas y de los visitantes de la ciudad: muchos con pantalón corto y camiseta, a los que les tienen que dejar ropas para entrar en los lugares sagrados; otros, familias de las zonas más conservadoras del país, y de Irán, cuyas mujeres se esconden bajo el chador negro de pies a cabeza, que sólo permite ver sus ojos. Recuerdo los de una de ellas, creo que joven y delgada, maquillados con una fina pero intensa y sabia linea negra a su alrededor. Otra mujer bebía agua metiendo el botellín entre sus ropas para alcanzar la boca desde abajo y dejarla oculta. Otra llevaba en la mano una cámara de video de última generación. Esas mismas mujeres, u otras, ?quién sabe?, por la noche están con sus hombres en los cafés al aire libre donde danzan los derviches al son melancólico de la música, y fuman, algunas por debajo, otras dejando su boca al alcance visual, el "nargile", la pipa de agua, que huele a flores, y a incienso y quién sabe a qué otras hierbas maravillosas que envuelven el aire de la plaza y que me envuelven toda entera, y me parece que yo también quiero girar al mismo ritmo que el hombre de blanco que gira más de doscientas veces sobre sí mismo.

Hay otros caminos que consisten en el trazo del círculo: son los caminos en los que vuelves a ti mismo, y a la tierra, y al universo. Los derviches danzan con los brazos abiertos, el derecho hacia el cielo y el izquierdo hacia la tierra, en una búsqueda de fusión mística del espíritu con el universo.

Creo que es lo mismo que yo busco cuando nado en el mar: recibir el abrazo y sentirme envuelta por los que han vuelto al agua primigenia.

2 comentarios

Juan -

El significado de la palabra sufí es que uno ha purificado su corazón. Como dice un antiguo adagio sufí: «Hay tantos caminos hacia el Amor, como almas de hombres». Deseo intensamente que puedas disfrutar del aroma de las rosas de todos los jardines, de todos esos caminos que Istanbul abre ante tus ojos inquisitivos y atentos.

Javier -

Me alegra leerte de nuevo. :)