Los regresos a Albarracín
Mi tío Antonio fue vicario de Albarracín durante muchos años. Cuando lo conocí ya estaba jubilado y vivía en el Seminario de San Carlos de Zaragoza. Cuando yo era pequeña no teníamos coche y el tío andaba de párroco por pueblos de Terual a los que no llegaba el tren. En San Carlos tenía una pequeña habitación con una cama, una mesilla y un armario en el que guardaba las magdalenas que nos daba a sus sobrinos cuando íbamos a visitarlo.
Ahora vuelvo todos los años a Albarracín, en mayo y me gusta pasear por las mismas calles que transitó desde su sotana negra. Me gusta ver Albarracín a través de los ojos de otro Antonio, Jiménez, que nos enseña la casa de la Julianeta y esas casas de formas imposibles que me recuerdan torres de libros abiertos por quién sabe qué páginas.
En Albarracín estos días se ha hablado de diarios, de biografías, de vida. He conocido nuevas voces y me he dado cuenta de que no sé casi nada. Y me gusta darme cuenta de que no sé casi nada.
Me gusta Rosa Pérez porque comparte su sonrisa a pesar de que su hombro no está para bromas. Me gusta Javier Solchaga, que tiene un cuaderno pequeñito en el que hace dibujos que ya son magia. Me gusta José María Peguero, uno de los responsables de la publicación que más me ha emocionado sobre Don Quijote, y que recoge los dibujos de sus alumnos de Andorra. Me gusta Teresa Gamarra, a la que conocí en Teruel en unos días que no me fueron propicios. Me gusta Fernando Sanmartín, que escribe dietarios en los me sumerjo con o sin escafandra. Me gusta Julio J. Ordovás, que escribe cuando casi todos los demás dormimos. Me gusta Pepe Melero, que es capaz de hablar de 190 autores desde su sabia erudición y de divertirnos en el mismo rato. Me gusta Féliz Romeo, que me abre muchas ventanas nuevas hacia autores a los que no pensaba conocer. Me gusta Daniel Gascón que, además, conoció a Sebald. Me gusta Mauricio Wiesenthal, que visitó la tumba de Diaghilev cuando era niño, y que dice que la vida tiene que "mancharnos".Me gusta su mujer, María Rosa, serena y sosegada, apacible puerto al que se vuelve una y otra vez. Me gusta Aurora Cruzado, con la que compartí durante cuatro años jurado de premio de poesía turolense, y que trabaja la literatura y el cine con sus alumnos y con entusiasmo. Me gusta Anna Caballé, que escribe biografías y además es discreta. Me gusta Fernando Rodríguez que tiene una novela inédita. Me gusta Javier Torres, que mima los libros y habla de teléfonos. Me gusta Marcos Ordóñez, que habla del fulgor de esa Ava Gardner a la que en algún momento me habría gustado parecerme. Me gusta Isidro Ferrer, que comparte sus cuadernos ilustrados con nosotros y que nos lee poesía. Me gusta Luis Alegre porque, además, viaja en tren y siempre me lo encuentro en alguna estación. Me guata Antonio Jiménez porque comparte Albarracín con le entusiamo del que ama. Me gusta Antón Castro, porque además de ser un mago, hace posible que me gusten todos los anteriores. Y me gusta que me gusten cosas. Todavía.
Ahora vuelvo todos los años a Albarracín, en mayo y me gusta pasear por las mismas calles que transitó desde su sotana negra. Me gusta ver Albarracín a través de los ojos de otro Antonio, Jiménez, que nos enseña la casa de la Julianeta y esas casas de formas imposibles que me recuerdan torres de libros abiertos por quién sabe qué páginas.
En Albarracín estos días se ha hablado de diarios, de biografías, de vida. He conocido nuevas voces y me he dado cuenta de que no sé casi nada. Y me gusta darme cuenta de que no sé casi nada.
Me gusta Rosa Pérez porque comparte su sonrisa a pesar de que su hombro no está para bromas. Me gusta Javier Solchaga, que tiene un cuaderno pequeñito en el que hace dibujos que ya son magia. Me gusta José María Peguero, uno de los responsables de la publicación que más me ha emocionado sobre Don Quijote, y que recoge los dibujos de sus alumnos de Andorra. Me gusta Teresa Gamarra, a la que conocí en Teruel en unos días que no me fueron propicios. Me gusta Fernando Sanmartín, que escribe dietarios en los me sumerjo con o sin escafandra. Me gusta Julio J. Ordovás, que escribe cuando casi todos los demás dormimos. Me gusta Pepe Melero, que es capaz de hablar de 190 autores desde su sabia erudición y de divertirnos en el mismo rato. Me gusta Féliz Romeo, que me abre muchas ventanas nuevas hacia autores a los que no pensaba conocer. Me gusta Daniel Gascón que, además, conoció a Sebald. Me gusta Mauricio Wiesenthal, que visitó la tumba de Diaghilev cuando era niño, y que dice que la vida tiene que "mancharnos".Me gusta su mujer, María Rosa, serena y sosegada, apacible puerto al que se vuelve una y otra vez. Me gusta Aurora Cruzado, con la que compartí durante cuatro años jurado de premio de poesía turolense, y que trabaja la literatura y el cine con sus alumnos y con entusiasmo. Me gusta Anna Caballé, que escribe biografías y además es discreta. Me gusta Fernando Rodríguez que tiene una novela inédita. Me gusta Javier Torres, que mima los libros y habla de teléfonos. Me gusta Marcos Ordóñez, que habla del fulgor de esa Ava Gardner a la que en algún momento me habría gustado parecerme. Me gusta Isidro Ferrer, que comparte sus cuadernos ilustrados con nosotros y que nos lee poesía. Me gusta Luis Alegre porque, además, viaja en tren y siempre me lo encuentro en alguna estación. Me guata Antonio Jiménez porque comparte Albarracín con le entusiamo del que ama. Me gusta Antón Castro, porque además de ser un mago, hace posible que me gusten todos los anteriores. Y me gusta que me gusten cosas. Todavía.
2 comentarios
ricardo -
Nerea -
A mi también me gusta mucho Albarracín, la montaña, el aire de libertad que se siente, la vida... es precioso, indescriptible...
Un beso!