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AL ESTE DEL CANAL, blog de ANA ALCOLEA

MÚSICA

MÚSICA

Atardecer en el Cuerno de Oro,

"a un lado Europa, al otro Asia,

y allá de frente Estambul",

Espronceda, claro.

 

 

MÚSICA con mayúsculas.

Se debe escribir después de escuchar a la Western Eastern Divan Orchestra, dirigida por Daniel Barenboim. En Zaragoza, en el Auditorio, esa joya del diseño urbano, uno de los, tal vez el, mejores, mejor, edificio de la ciudad.

Fue la noche del viernes, interpretaron a Haydn, Schönberg y Brahms. Tocaron bien, muy bien. Fue un concierto vibrante, intenso, apasionado. Ver las manos, los brazos, la batuta (el maestro dirige con batura y sin partituras) de Barenboim es un lujo. Es mi tercer lujo con él. Los dos primeros fueron en Madrid, donde es más "fácil" encontrarlo, en el Teatro Real: con Wagner, Los maestros cantores de Nurenberg y El holandés errante. Recuerdo el primer acorde, la primera nota en Los maestros: yo estaba muy cerca de él, detrás, cuatro o cinco filas detrás, en el patio de butacas. Sus manos, sus brazos se movieron y nació la música. Es como si la música naciera de sus manos, de sus brazos, de esa varita mágica de su mano derecha. De ahí surge el milagro, la magia, las notas acordadas en el aire llenan el teatro, el auditorio. Y a mí se me pone la carne de gallina y un temblor recorre todo mi cuerpo, hasta provocar una familiar humedad en mis ojos.

Me ha ocurrido en mis tres encuentros con el maestro. Mis tres lujos.

En Madrid, el público siempre se pone de pie ante el maestro. En Zaragoza hubo muchos bravos y aplausos, pero de pie no se puso el público. La razón, la desconozco, ni soy experta en música ni lo pretendo. Yo vibré con el maestro, con su orchestra, formada por  músicos árabes e israelíes al cincuenta por ciento, más un grupo de artistas andaluces. Jóvenes, muy jóvenes. Una orchestra nacida de la Fundación Said- Barenboim, ese sueño maravilloso del maestro y del escritor Edward Said, muerto hace pocos años, cuya sede está en Sevilla. Una idea de unión: la música puede unir, y abraza, a israelíes y palestinos.

Una idea ante la cual los Premios Príncipe de Asturias se rindieron.

Una idea materializada en Haydn, Schönberg (tan difícil, madre mía), y Brahms magistralmente interpretados y dirigidos por el probablemente más grande músico vivo, y ante la cual, este público no se levantó.

No lo entiendo.

El lujo de tener ahí mismico al maestro, al genio, al mejor, no pasa todos los días, ni todos los meses, ni todos los años.

Ni casi nunca.

En fin...

1 comentario

Dani -

Tremendos lujos los que este año tenéis posibilidad de daros por allí. La agenda está bien nutrida, pero el mérito está en saber elegir bien.
Muchos besos.