TELÉFONOS
Una pared en Chelsea, Nueva York
Llega a casa. La luz del contestador parpadea. Hay un mensaje. Al otro lado no escucha la voz deseada desde hace tanto tiempo. Una voz de anciana desconocida la llama Marisa y le pide ayuda.
Ella no se llama Marisa.
Sigue las instrucciones dictadas por una voz mecánica, y consigue después de varios asteriscos y varios "unos" hablar con la mujer de la voz desconocida.
Está en cama y debe levantarse para atender el teléfono.
A pesar del esfuerzo y de la fiebre, le da las gracias a la no-Marisa.
La no-Marisa cuelga el teléfono contenta. Ha hecho su buena obra del día. Ya puede dedicarse al dispendio y a la frivolidad. Ya ha sido buena durante unos segundos. No necesita más para sentirse a gusto consigo misma.
La anciana de la voz desconocida vuelve a llamar por teléfono. Esta vez está segura: al otro lado responderá Marisa.
Pero al otro lado vuelve a contestarle una voz de alguien inexistente: "Deje su mensaje...", le dice.
Y repite su petición de ayuda: necesita pan, leche, un poco de fruta. Y Marisa deberá traer todo eso antes de la hora de la comida.
Pero Marisa no escuchará su mensaje.
Permanecerá dentro de un teléfono cuyos dueños se fueron a Cuba para pasar la Semana Santa y aún no han vuelto.
2 comentarios
Fernando -
Juan Antonio -