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AL ESTE DEL CANAL, blog de ANA ALCOLEA

MÚSICA

A Daniel Barenboim se se puede ver, escuchar, pero también leer.

Verlo lo he visto dos veces, a la vez que he escuchado lo que sale de los movimientos de su batuta y de sus gestos. Fue en Madrid, en el Real. Fue Wagner, Los maestros...  y El holandés. Ambas veces me dieron sendos escalofríos cuando la música arrancó desde el silencio.

Anoche leí este párrafo en su libro, Mi vida en la música:

"La música comienza de la nada y acaba en la nada y, en ese sentido, se parece mucho a la vida de una persona, un animal o un vegetal. La vida también comienza de la nada y acaba en la nada, y esa nada es... el silencio. Creo que todas las artes tienen algún tipo de naturaleza orgánica, pero lo que a mí me atrae de la música (y este es uno de los motivos por los cuales me quiero pasar la vida tocando música) es un elemento temporal que no existe de la misma manera en las demás artes. La música tiene algo de inevitable. Cuando se pone en movimiento, sigue su propio curso natural: dura lo que se tarda en tocar las notas que la componen. En un concierto, una pieza determinada puede comenzar a las ocho y, si dura treinta y cinco minutos, esa es su vida. Una ejecución musical es algo que sólo existe mientras se interpreta. Podemos pensar en ella y podemos imaginarla, pero en realidad su vida es lo que dura la pieza; eso es lo que convierte cada ejecución en algo único. El sonido no se puede mantener de forma indefinida. Al final, se convierte en silencio."

Una autobiografía llena de reflexiones sobre la música, sobre el mundo en que vivimos, el conflicto palestino-israelí, la necesidad de tolerancia, su amistad con Edward Said, su veneración hacia Furtwangler.

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