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AL ESTE DEL CANAL, blog de ANA ALCOLEA

OLORES Y COLORES NAVIDEÑOS

 

Días de comidas, de cenas, de aperitivos, de cafés, o de tés.

Me gusta vestir la mesa con las viejas mantelerías que me compró mi madre cuando era pequeña. Entonces, nadie creía que las pondría. Nadie creía que saldrían del cajón para el que parecían destinadas desde que las hicieron en Lagartera, provincia de Toledo, mujeres de pendientes antiguos y acento diferente al mío. Esa era la percepción que yo tenía que aquellas señoras que venían a venderlas de casa en casa. Que cogían trenes en su pueblo y viajaban muchas horas con las mantelerías primorosamente dobladas dentro de hatos de tela anudados. Cuando los abrían, de ellos salían los bordados de tradición secular, los colores de los hilos que formaban flores y estrellas. 

Unos colores que contrastaban con las ropas de aquellas mujeres, permanentemente de negro por los lutos que iban jalonando sus vidas, como los de Bernarda Alba.

Desdoblaban los manteles, luego los doblaban de nuevo y por arte de magia, quedaban igual que antes. Yo nunca he sabido doblar bien nada.

Ahora pongo mis manteles y los de mi madre sobre la mesa navideña. En todas las comidas, en las cenas. Forman parte de mi historia, de mis recuerdos infantiles y adolescentes. Estos días salen del cajón y acompañan a los platos, a las copas, a los adornos navideños.

 

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Y también acompañan a las tartas, como esta Fyrstekake, la noruega "Tarta del Príncipe", junto al minúsculo belén que fue uno de los últimos regalos de mi madre. Los duendecillos y el árbol de cristal tan noruego como la tarta, y los portavelas de cristal blanco.

En el horno hay otra tarta, y su aroma me está llamando.

Es uno de los olores de la Navidad, el de las almendras, la canela, el cardamono...

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