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AL ESTE DEL CANAL, blog de ANA ALCOLEA

LA CABAÑA II

Hay más huellas de esquíes en el camino, y coches en el aparcamiento: cinco además del nuestro. Eso quiere decir que el valle está superpoblado: puede haber diez o doce personas más festejando el año nuevo en esta zona de las montañas. Es la primera vez que pasa esto. Cada vez más y más gente huye de la ciudad para pasar esa noche  en la soledad de las cabañas. En silencio. Sin la obligación de tener que estar estupendo, alegre, animado, vestido con lentejuelas y trasnochar más que los demás.

Enseguida oscurece: se tarda un par de horas en calentar la casa, mientras hay que buscar actividades: los hombres limpian la entrada de la nieve acumulada, abren la contraventana de la pared occidental, la más protegida del viento, abren el hielo para coger agua para beber. Yo me dedico a esquiar alrededor, mirar los pinos, los abetos, observar las huellas cercanas: un reno ha pasado cerca hace poco rato, su rastro es reciente, y una liebre ha recorrido todo el territorio no hace mucho. Sus inconfundibles huellas están por todos los sitios.

La nochevieja en Noruega no se celebra con uvas. Una o dos veces he subido uvas a la cabaña: la última vez que lo hice se congelaron en ese par de horas que transcurre desde que llegas, entras, las dejas sobre la mesa, y la estufa hace su trabajo. Toda la comida que hay en la fresquera (un armario ventilado de la cocina) está cogelada. Lleva un tiempo derretir el contenido de una de ellas, para alimentarnos un poco antes de la cena de Nochevieja: comeremos carne de reno en salsa silvestre, hecha con queso marrón, frutas de bosque, nata, caldo de carne, y enebro que acabo de coger de la planta que hay junto a la puerta (quedaban cinco bolitas negras, maduras, no heladas, que le han dado a la salsa ese sabor especial del bosque casi ártico). 

A las doce no se comen uvas, ni lentejas, ni nada parecido. Se disparan fuegos artificiales. Hemos comprado diez cohetes que vamos lanzando a la noche cada hora desde las siete de la tarde. En el cielo se confunden las estrellas de verdad con las que nacen gracias a la pólvora. Se ve el resplandor que surge de los pueblos que hay al otro lado de las colinas. Y los fuegos que vienen de una cabaña vecina. Luego vuelve el silencio.

Por la mañana el día se despierta despejado y hay una luz dorada que cubre la nieve y parece calentarla. Doy un paseo por el río. Está helado y cubierto de nieve. Por algunos sitios hay que tener cuidado porque está abierto: no ha hecho demasiado frío durante los últimos días. Me gusta esquiar sobre el río. Es estrecho y los abetos de alrededor están llenos de nieve. Veo una liebre blanca que enseguida se esconde: el río está lleno de sus huellas.

 Me paro y escucho el agua  debajo de mis pies, de mis esquíes. Me gusta oirla correr, vivir, viajar debajo del hielo y de la nieve. No se la ve pero está ahí.

Es una presencia de vida "corriente" debajo del silencio blanco.

El único sonido.

El agua, y los latidos de mi corazón  cuando me quedo muy quieta, es lo único que oigo.

La vida.

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