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AL ESTE DEL CANAL, blog de ANA ALCOLEA

MÁS HUMO

Antes, la primera impresión que tenía al llegar a Barajas erea aromática: olía a tabaco. En cuanto ponías pie en tierra, empezabas a oír el ruido de los mecheros ansiosos de prender un cigarrilo que llevaba tres horas esperando en el bolsillo de un pantalón a ser incinerado. Ahora, el mechero ha sido sustituido por el móvil: conectarlo, leer los mensajes, llamar (muchas veces innecesariamente, ¿qué hacíamos cuando no había móvil?) a alguien. El caso es tener algo que hacer con las manos. Parece que los humanos tenemos una especie de "horror vacui" muy peculiar que se traduce en necesidad de no tener las manos quietas, y de mover algo entre los dedos para llevarlo a la boca o a la oreja o a la nariz.

Antes, yo era mucho más beligerante con el tabaco que ahora. Debe de ser que los años me hacen más tolerante, o tal vez sea que la ausencia de humo en los lugares públicos lo convierte en un elemento raro y apetecible. O quizás sea que me gustan mucho algunas personas que siguen fumando. O simplemente sea que nos acabamos acostumbrando a todo.

En la vida nos tenemos que acostumbrar a muchas cosas. A lo mejor es que vivir es eso: ir aprendiendo a acostumbrarse a la vida. Aunque sea la que no esperábamos. O peor aún: aunque sea la que sí esperábamos, pero no era como esperábamos que fuese.

Sea una cosa y otra, se acabará convirtiendo en humo.

1 comentario

Pablo -

Yo no puedo evitar identificar el tabaco con la inseguridad y la incapacidad para relajarse. Sólo hay que fijarse en los momentos en que la gente empieza a fumar.